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María Angeles Esteban pregonó al Nazareno y a la Virgen de La Esperanza

María Angeles Esteban pregonó al Nazareno y a la Virgen de La Esperanza

La periodista motrileña María Angeles Esteban, fue en esta edición la pregonera de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de la Esperanza. Pregonera que fue presentada por María Victoria del Valle y que ahora Motril@Digital publica un fragmento del mismo.

"Querida Virgen de la Cabeza, con tu permiso voy a pregonar al co-Patrón de Motril y a la divina Esperanza. Dios de salve, Reina y Madre de Misericordia, Vida y Dulzura, Esperanza nuestra. Vuelve tus ojos a este valle de lágrimas, y muéstranos a Jesús para que con su Gracia ayude a todos los que tienen problemas: falta de trabajo, de dinero, de salud, de comprensión. A los marginados sociales.

A los inmigrantes, que como tu Hijo y Ti, debieron dejar su tierra, sin papeles y con el sueño de un futuro alentador. Protégelos Madre mía y dales tu comprensión, tu fuerza y valentía, como lo hiciste cuando el fruto de tu vientre, Jesús, pasó aquella agonía. Vengo con humildad a contar mis experiencias y a rezar de otra manera a Nuestro Padre Jesús, por orar es también hablar con amor a estos Titulares. 

       Permitidme que recuerde mi infancia, aquella en que las calles no estaban asfaltadas, y el primer semáforo no sé ni para que servía. Era un tiempo en que  contábamos los coches y apuntábamos las matriculas de aquellos que acudían a nuestro pueblo para ver torear a Pepe Luis Vázquez, José Mari Manzanares o el Cordobés.

       Entonces la Semana Santa era distinta, se vivía de otro modo. Muchos dicen ahora que era “Ligth” aunque yo no lo creo así.

       Aquellas semanas santas eran muy especiales. El jueves Santo de música clásica en la radio ( yo decía de música de muerto). En mi casa se vivían momentos estelares. Desde muy temprano se iniciaban preparativos para días señalados y únicos. A primera hora te vestías con las mejores galas, “vestirse de nuevo” se llamaba.

       Mi primera tarea era ir a la Iglesia de la Visitación (las Nazarenas) a rezar ante el Monumento, teníamos turnos. Después hacíamos las “estaciones”. No obstante aquella Semana Santa se iniciaba mucho antes, con los ejercicios espirituales de la Cuaresma. Días de rezo y reflexión que te preparaban para entender aquello del ayuno voluntario, la abstinencia y la penitencia. Era algo más que no comer carne los viernes. Un supuesto sacrificio que algunos lo suplen con gambas, rape, ostras y otras exquisitas viandas. Ahora es curioso como la Cuaresma se prepara en las emisoras de radio. Con novedades, pregones, charlas, invitados y otras cosas que, por curiosas que parezcan, creo que no hacen daño. Es otra forma de preparar los cortejos.

       Por lo que a mi me enseñaron había que pensar en algo mas profundo y sobre todo en los demás. Pero eso lo voy a dejar para más tarde.

       Os contaba que aquellos días de la Semana Mayor, sorbe todo el Jueves, deseaba ser un niño, ¿Por qué?, Muy fácil. ¡Quería ser capuchón! A toda costa y a todo coste. Frente a mi casa vivía una familia a la que yo adoraba, familia Gómez González, la del “Loja” para que todos lo entendáis. El Jueves Santo era algo especial para todos. Mi Marisa andaba nerviosa por el peinado que debía hacerse para lucir la mantilla y la chica no encontraba las medias. Eladia y yo éramos muy pequeñas para vestirnos de mantilla, creo que nos daba igual. No obstante lo que me parecía mas singular y especial, era el mimo con que a Pacurri le preparaban le habito y la capa de capuchón. Era algo mágico. Se invertían horas en aquel rito. Era el día del Señor de Motril y no cabían displicencias. Recuerdo a mi madre ayudando a Amalia en aquel ritual de planchado impoluto. Mas tarde con el arroz con leche, las torrijas y algún rosco de Semana Santa, a los mayores les caía una copa de anís, que yo pensaba los ponía muy contentos ¡que envidia!.

       Entonces llegaba el momento: vestir hábito y capillo lo cambiaba todo. Aquellos jóvenes se citaban en la esquina de Cañas con Manjon. Yo los miraba desde el patio de mi casa, y quería ser capuchón de Jesús el Nazareno, de Nuestro Padre Jesús. Como ellos. Cuando se encontraban Cecilio Arcas, Paco Gómez, Juanjo y José Luis Escribano, creo que algunos mas aunque mi memoria no me permite ser mas precisa. Con sus capas “planchaicas” y aquel respeto, absolutamente espiritual que me dejaba casi sin respiración. Yo hubiese querido sentir lo que aquellos jóvenes tenían la dicha de disfrutar. Volaban sus capas con aire de distinción, pese a que ellos dejaban ver la responsabilidad del cometido que habían de llevar. Ese día ¡eran los mandamases! Todo tenia que salir bien. Era su responsabilidad. Entonces yo, aunque mi Marisa estaba guapísima, quería ser capuchona, ir con la campanilla, estar en la Encarnación, como ellos, formando las filas. Aquello era muy serio, tanto como ahora, pero cuando ves las cosas desde lejos, las magnificas".

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