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DIA 7: CON VIRGILIO EN EL SOFÁ por Miguel Avila Cabezas

DIA 7: CON VIRGILIO EN EL SOFÁ por Miguel Avila Cabezas

DÍA 7: Van con sus artilugios ausentes del mundanal ruïdo, que diría el ascético de guardia. Y como en el villancico, “marcan y marcan y vuelven a marcar” en un estado tal de concentración y apartamiento que al cabo transmutan en “errada muchedumbre”. Fray Luis de León, un visionario sin duda, lo percibió a su manera. He aquí los versos que precisan lo que apunto: Vivir quiero conmigo, / gozar quiero del bien que debo al cielo, / a solas, sin testigo, / libre de amor, de celo, / de odio, de esperanzas, de recelo.

 Y en consecuencia, para ellos, no hay farola ni socavón ni ninguno de los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa, decíamos ayer, que se resistan a interponerse en su ensimismado camino. Mientras pienso esto, coartado por mi natural insolvencia para imprimirle a las palabras voluntad de sentido (el sopor me vence cada día más; creo que me estoy haciendo viejo), Virgilio se ha encaramado al televisor con la intención de atrapar entre sus garras alguna de las innumerables aves que revolotean allende la pantalla.

Y es que hoy echan uno de flamencos, y flamencas, enanos, con su vistoso plumaje rosáceo y enhiesto cuello, más enhiesto aún que el ciprés de Silos, con el permiso de Don Gerardo. “Saber y ganar” ha pasado sin pena ni gloria.

Ya no hay magníficos como los de antes. Los de ahora son un punto más que torpones en resolver la parte por el todo y así, en su desbocado afán por trincar el todo, acaban tan sólo llevándose una pírrica parte: el dabo. No sé si me explico. Pero… a lo que iba. Mientras Virgilio estaba patéticamente en lo suyo dale que te pego a un imposible, a mí me dio por meditar sobre el fenómeno WhatsApp, que no es otra cosa que un software propietario multiplataforma de mensajería instantánea para smartphones.

Casi ná. E insisto: no sé si me explico. Además, el que tenga dudas que busque en el mar de los Sargazos el tomo de la W y lo abra en la entrada correspondiente. Verá lo que encuentra. Nada. Pasan unos neurasténicos minutos y Virgilio tan sólo ha cazado el vacío, que viene a ser como una especie de WhatsApp enchufado inútilmente a su ánimo frustrado.

Vuelve Virgilio al sofá y el muy ingrato, sin dignarse siquiera emitir el más insignificante ronroneo, se echa cuan soberbio es dándome la espalda. ¿Los gatos tienen alma? ¿Vuelve el polvo al polvo? / ¿Vuela el alma al cielo? / ¿Todo es sin espíritu, podredumbre y cieno? ¿Habrá un paraíso diseñado tan sólo para gatos, con miles de millones de flamencos, y flamencas, enanos, de enhiesto cuello, y de verdad? ¿En qué punto de la evolución nos hallamos? ¿Dónde los hombres? ¿Qué hora es? Definitivamente me he quedado dormido. Y Virgilio como si tal cosa.

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