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DIA 22 CON VIRGILIO EN EL SOFÁ. "DE LA INSOPORTABLE INVISIBILIDAD DEL SER" por Miguel Ávila Cabezas

DIA 22 CON VIRGILIO EN EL SOFÁ. "DE LA INSOPORTABLE INVISIBILIDAD DEL SER" por Miguel Ávila Cabezas

“El grado de invisibilidad que alcanzan ciertas personas (por no decir personajillos de deambular por casa) es directamente proporcional a su ingenio para sortear los problemas que ellos mismos ocasionan con su infinita estupidez, si no congénita sí consentida por los que les temen o desean.” (De la loquinaria núm. 311).

Con el conflicto aquel de la huelga, Virgilio y yo nos hemos vuelto definitivamente invisibles. Tanto el uno para el otro, y viceversa. Mientras la mayoría de trabajadores, y trabajadoras, que aún quedan en este apaleado país, se bate el cobre de la dignidad y los más elementales derechos en las calles y plazas de nuestra asediada España, nosotros (Virgilio y yo) nos lo montamos de prima donnas fantasmonas de la opereta bufa en que hemos convertido esta relación que está alcanzando ribetes de simplona ojeriza como en ciertos programas culturales de Tele 5 o Antena 3. Vale que lo mismo yo no tenía por qué haberle hecho aquella pregunta, pero vale también que él no me tenía que haber respondido como me respondió: con el envanecimiento egoísta de quien carece de razones para justificar lo injustificable y perderse, si no por los cerros de Úbeda (provincia de Jaén), sí al menos por los contenedores del puerto de Algeciras (provincia de Cádiz).

Es que Virgilio es más delicado que la mítica calle la Colcha y cuando se le pone donde se le pone, nadie (ni la vecina del ostentoso plato de jamón en la encimera) se salva de sus mudas y sordas tarascás. Malafollá que le sobra al interfecto. Más que a la mosca de la siesta o al taladro del vecino del 5º; y nadie me malinterprete por este último símil.

Yo me siento muy mal, pero que muy mal. Que conste que me quejo tan sólo para mis adentros, pero es indiscutible que me niego a compartir sofá con alguien que me ignora como si yo no existiera; como si no me encontrara, allí, discretamente sentado, “esperando una mano de nieve” que venga a rescatarme en este naufragio de los días iguales. Y espero el momento de una epifanía, no para que Virgilio tome presencia humana sino para que se incorpore y deje tras el lomo grisperla la larga sombra de su gatuna indiferencia. No quiero que él finja lo que nunca será, y menos si al principio del telediario de las tres, en uno de sus muchos tristrás cacofónicos, un apesadumbrado ministro del Interior informa a los informadores de que ya son dos los policías heridos como consecuencia de los disturbios que se han producido nosédónde y sísécómo durante la celebración de la huelga. ¿Con quién y cómo voy a comentar entonces tamaño desvarío informativo y puñalada tan trapera contra quienes hacen valer su sacrosanto derecho, no digo ya a comer, sino al descontento, la indignación, el grito, la protesta?

Esto de soportar a mi vera un espectro de ultratumba, y no un interlocutor válido, me está resultando insufrible. ¡Cuánto echo de menos aquellos momentos únicos en que Virgilio y yo desmenuzábamos las claves de la razón práctica del mercado y sus mangantes! Y ahora, por un quítate tú que me pongo yo, me veo aquí, abocado al abismo de un documental insulso de leones en el Serengueti que lo único que hacen es espantar moscas con el rabo.

Virgilio, Virgilio, ¿estás ahí o has abandonado de nuevo el cuerpo para realizar otro de tus viajes astrales por los derroteros de este universo en crisis en el que estamos sumidos? No quiero sentirme tan solo, fané y descangayado como el Desmañado Gerente que en portada sigue preguntándose a dónde fue a parar el peluco que hasta ayer mismo llevaba uncido a su  mano derecha. Tempus fugit y tú… pasando. Al final acabaré de aquella manera.

Si ya lo dejó escrito el hiperactivo Félix Lope de Vega y Carpio: A mis soledades voy, / de mis soledades vengo, / porque para andar conmigo / me bastan mis pensamientos.

¡Virgiliooooooo!

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