Blogia
Motril@Digital

HAY UNA PLAZA EN MI CORAZÓN por F. Javier Álvarez de Cienfuegos Coiduras

Ayer dedicaron una pequeña plaza que hay en Motril al nombre de mi padre. Estoy contento. Y muy agradecido. Como mis hermanos; y como, sobre todos, lo está mi madre.

Por motivos obvios, no soy el más apropiado para dar una opinión objetiva sobre esto ni sobre él: eso lo guardo para mí, y así considero que ha de ser.

Ayer fue una fiesta del recuerdo. Una tarde de bullicio en las avenidas infinitas de la memoria y de silencio en los rincones del alma.

Esta historia fue escribiéndose, como tantas otras, entretejida conlas circunstancias del Motril de los cincuenta, que se me antojan duras y grises -otros, más versados que yo, ya lo han dicho-; y la asistencia médica no sería una excepción. Así que les tocó a un puñado de médicos, unos de aquí y otros de fuera, enfrentarse a los avatares de una profesión que, como la suya, discurre por la afilada línea que separa salud y enfermedad, que es casi tanto como decir vida y muerte. Aquí no existían los centros hospitalarios que luegoproliferaron con el llamado Estado del bienestar, por lo que esos médicos tenían que apañárselas por sí mismos; y es que al bienestar, aquí, ni se le conocía -bastante era con “estarbien”-. Eso estaba claro.

Hay una gran plaza en mi corazón por la que transitan mis recuerdos de esos compañeros, colaboradores y amigos de la misma generación de mi padre y que, junto a él, compartieron tribulaciones y alegrías.

Paco Aneas brillaba en su labor de eficacísimo anestesista bajos los focos de un quirófano blanco, tan escrupulosamente blanco comoperennemente impregnado de un intenso olor a éter y cuyas ventanas, que hacían esquina, daban a Milanesa y a Tejedores; muchas veces, se agolpaba debajo de ellas una multitud expectante por el resultado de la intervención quirúrgica de turno. Paco Aneas (al igual que mi madre, que actuaba como instrumentista) debía tener los nervios de acero para soportar una presión como esa; yo creo que, con su presencia, ambos transmitían al cirujano -trapecista sin red- la serenidad necesaria para maniobrar entre las vísceras del paciente.


Nada hubiera sido igual de no haber contado mi padre con la inestimable y abnegada ayuda de sus enfermeras Carmen, Gloria y Susana (que menciono, como en el teatro, por orden de aparición). Fueron colaboradoras leales y fieles; difícil, por no decir imposible, encontrar mejores profesionales. Y Pepe Mota, eficiente ayudantede mi padre en la Casa de Socorro; ¡cuántos cafelitos -y cigarrillos (eran otros tiempos)-, en el bar de “Sindicatos”, durante las tediosas guardias de los festivos!.

Abro con Rafael Yanguas el capítulo dedicado en este pequeño homenaje a los médicos que compartieron generación con mi padre; y lo hago, precisamente, porque los dos probaron el fruto amargo de la desavenencia, pero la vencieron para siempre con la infinita recompensa del perdón.

Domingo Cuesta Martín: no recuerdo bien tu fisonomía, porque, aunque eras de los médicos más jóvenes de aquella hornada, fuiste, por desgracia, quien murió primero. Sé lo que mi padre te quería, como todo el mundo; yo no conocí, ni conoceré, una persona más implicada con los pobres, ni más bondadosa. Como dijo de ti José Felipe Soto, viviste “como un hombre bueno sin presumir de serlo, y por ello precisamente lo fuiste más”. Todo Motril, desde la mañana tan luminosa como apesadumbrada en que tu ausencia nos sacudió, sabe que eres un santo y sólo espera que Papa Francisco mueva ficha para tu beatificación: Domingo, ruega por nosotros.

De Juan González, también por haber desaparecido prematuramente, guardo un recuerdo lejano pero entrañable; lo que sí sé es que contaba con el afecto y la simpatía de todos sus compañeros sin excepción.

Luis Olivares. Además de prestigioso y habilísimo médico odontólogo, Aurora y tú fuisteis, a un tiempo, los amigos más íntimos de mis padres y nuestros “tíos” más cercanos; aunque nosotros, más que primos, nos considerábamos -y lo seguimos haciendo- hermanos de vuestros hijos. Así que no puedo teneros más presentes a los dos: ayer, hoy y siempre.

En Gerardo Esteva puso mi padre, como tantísimos motrileños, la muy delicada misión de que trajera a sus hijos al mundo; y él fue quien se encargó de nuestro aterrizaje en este valle de lágrimas. Después venía Don Salvador para rematar la faena y bautizarnos con agua de la acequia. Además de entrañables compañeros de profesión, Gerardo y Paco Cienfuegos concurrieron en otras iniciativas culturales y sociales (como la Asociación para el Fomento de la Cultura de Motril, los cursillos de cristiandad, o la entonces llamada, para escándalo de algunos, educación prematrimonial).Gerardo y Rosario, nuestros segundos padres.

, como he dicho, mi padre puso en Gerardo Esteva su confianza para que nos trajera al mundo, fue en las manos de José Felipe Soto en quien depositó la salud de sus retoños; como, por lo demás, también hicieron miles de motrileños. ¡Qué pausada y elocuente conversación tenía! Nunca conocí a nadie que, con sus palabras de seda, tuviera más ascendiente con los niños; sin embargo, él y Rosita, a pesar de que les sobraba corazón, nunca los tuvieron. Gran aficionado al fútbol y fervoroso seguidor del Real Madrid, del que siempre hablaba con pasión, también él fue un activo miembro de la Asociación para el Fomento de la Cultura de Motril y el alma de muchas otras tareas formativas que bordaba con su palabra y su pluma. Cuando se jubiló, fue Manolo Felipe, su sobrino, quien se encargó de continuar su labor. Fue un magnífico médico, digno sucesor de su tío.

Emilio Garvayo siempre fue un querido colega de mi padre. Cuando uno de los dos no se encontraba muy allá, llamaba al otro; me acuerdo que una vez tuve que localizarlo mientras él paseaba por la playa de poniente, cerca de Santa Adela, al resultar afectados mis padres y alguno de mis hermanos por una severa gastroenteritis veraniega. Su intervención en este episodio fue, como siempre, mano de santo.

Pepe Aguado y Paco Cienfuegos compartían, sobre todo, su entusiasmo por el fútbol; los dos eran asiduos seguidores del Motril, primero en el Majuelo y después en el Estadio Municipal. Pepe Aguado, detrás de cuya pantalla de rayos X desfilamos alguna vez mis hermanos y yo, tuvo el mérito de que sus hijos Miguel y Carlossiguieran su profesión, algo que mi padre no consiguió con ningunode los suyos (aunque sí con su nieta Nayra, que, aunque todavía no ha terminado la carrera, apunta a crack).

Mariano Cano era una persona de ley y un magnífico médico. Tenía pasión por el flamenco y había convencido a mi padre de que la mejor forma de relajarse era oir el rasgueo de un buen guitarrista (le encantaba Paco de Lucía); lo sé porque un día, como revelándome un sensacional descubrimiento, me dijo: oye, niño, la única música que Mariano lleva en el coche es de Paco de Lucía, porque dice que no hay cosa más relajante; eso y el cante jondo, ¡y lleva muchísima razón! -apostilló-. Ningún otro habría convencido a mi padre de los efectos balsámicos de la guitarra española y cañí. Pero es que Mariano era Mariano.

Mención especial merecen Vicente Sabatel y Miguel López Oliveros, dos magníficos oftalmólogos; un verdadero lujo. Vicente y Carmina, aparecen ya en nuestros álbumes de fotografías en blanco y negro, lo que, visto desde hoy, es como decir, o casi, que todos ellos fueron compañeros y amigos desde la prehistoria. Miguel López Oliveros -también os tengo muy presentes a Viky y a ti-, incluso llegó a pasar por las urgencias de calle Milanesa, en calidad de paciente, después de algún mal encuentro entre su Cuatro-Cuatro y cualquier árbol despistado de la carretera del Puerto.

La siempre difícil de pronunciar otorrinolaringología estaba bien servida en el Motril de aquel entonces. Porque el tándem formado por José Luis Serrano Dorado y Ramón Ramos -éste siempre a bordo de su negro Volkswagen “cucaracha”- terminó con las amígdalas de Motril y gran parte de su comarca. Al igual que José Luis, también Gerardo Esteva y mi padre terminaron teniendo su consulta en la plaza de Las Palmeras, por lo que pudiera decirse que ésta se convirtió, desde aquel entonces, en el primer “policlínico” de Motril.

Todos vosotros y todas vosotras formasteis una parte muy importante de la vida de mi padre y también de su homenaje; no me he olvidado, por supuesto, de otros extraordinarios compañeros suyos, pero aquí sólo he incluído a los de su misma generación.

El acto, emotivo y evocador de la tarde de ayer, ha sido posiblegracias a todos los políticos motrileños; ellos acordaron, por unanimidad, la concesión de ésta y otras distinciones. Y eso me enseña que, sin renunciar a la defensa de las ideas de cada uno, es posible y deseable que esa misma unidad se extienda a otros ámbitos en beneficio de Motril, que es lo que importa. Por esa lección, también estoy contento; y muy agradecido a los políticos de mi pueblo y a todos los motrileños.

F. Javier Alvarez de Cienfuegos Coiduras
Profesor Titular de la Universidad Autónoma de Madrid- Área de Derecho Romano

0 comentarios