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"Retrato de valentía"

"Retrato de valentía"

Jesús María Cascón Murillo.- El primer presidente del Gobierno de la democracia española nos ha dejado, y tras él quedan, además de elogios y reconocimientos, los detalles más importantes de la trayectoria de un político que cambió de color, pero del externo. Fue un candidato gris, inesperado, sorprendente, un as en la manga guardado por el Rey Juan Carlos en una designación guardada con especial celo. Tras jurar el cargo se convirtió en un hombre de estado, adaptable al consenso y la razón, capaz de dialogar con la recién legalizada rama oficial del comunismo y con el incipiente socialismo patrio encabezado por Felipe González. A muchos les costó años olvidar su instantánea con el uniforme blanco de la Falange, jurando los principios generales del movimiento, pero no es menos cierto que el monarca español también hizo lo propio en su juramento como heredero de la jefatura del Estado. 

El cainismo llegaría más tarde, cuando el centro democrático español, representado por UCD, y los inmovilistas más acérrimos del bando que propugnaba una continuidad del franquismo, se encargarían de forzarle a un combate técnicamente nulo que provocaría su dimisión como jefe del Ejecutivo. El otrora jefe de programas y director de la Primera Cadena de TVE, Gobernador Civil de Segovia, director del ente autonómico de Radio Televisión Española, presidente de la Empresa Nacional de Turismo, vicesecretario nacional primero y secretario general del movimiento después, sufrió en sus carnes avatares de todo tipo, principalmente provocados por los que no querían la unidad nacional bajo la bandera de la democracia, como ETA y GRAPO, así como los grupos influenciados por el Ejército y por los principales mandamases del movimiento nacional, condenado en esa época a su desaparición total. Tardó tres meses en firmar los pactos de la Moncloa desde que fuese nombrado presidente del Gobierno, sufre un intento de atentado en Mallorca (junto al Rey) y es víctima de una intentona de golpe de Estado en la denominada "Operación Galaxia", y presencia la entrada de España en la normalidad jurídica al propiciar la aprobación de la Constitución española, sólo diecisiete meses después de su llegada al poder.
 
Cualquiera diría que un presidente, que tuvo que sortear una moción de censura y una cuestión de confianza, haya podido enlazar cinco gobiernos consecutivos. Hasta las presiones de la derecha, que fuerzan su dimisión el 29 de enero de 1981. Supo marcharse cuando los demás pensaban que no podía, y pudo formar un nuevo partido cuando la mayoría pensaba que no lo haría. Con el CDS obtuvo dos diputados en 1982, el año en el que España optó por el cambio, eslogan con el que el PSOE ganó abrumadoramente las elecciones generales. De dos representantes pasó a diecinueve, en 1985, y se convierte en la tercera fuerza política nacional, representando un giro rocambolesco en el centro - derecha español: comenzó con un partido creado por él, lo echaron de su propio partido, fundó otro y barrió a su partido anterior. Hasta la fecha, nadie ha sido capaz de conseguir tal proeza política, considerada un hito en la historia reciente de nuestro país. Otra de las ironías del destino fue la marcha atrás de sus detractores cuando se supo de su irrevocable decisión de dimitir al frente del gobierno. Los críticos le pidieron que reconsiderara su decisión mientras Adolfo Suárez respondió que tenían que haber sido ellos los que tendrían que haber pensado previamente su decisión de criticarle.
 
Les daré varios nombres: Ignacio Alfaro Arregui, José Gabeiras, Emiliano Alfaro Arregui y Arévalo Pelluz. Probablemente no les suenen de nada. Es normal. Se trata de cuatro tenientes generales y un almirante. Los máximos representantes del Estado Mayor y los ejércitos de Tierra, Aire y Mar de aquella época. Se reunieron tras conocer la noticia de la dimisión de Suárez. El tiempo se ha encargado de enterrar sus nombres y sus actos, pero muchos de los testigos de aquella época los señalaron entonces como los responsables de azuzar todo tipo de presiones contra el abulense.
 
En 2008, Suárez recibió el Toisón de Oro de manos de Don Juan Carlos, en una visita de los Reyes a su residencia de la que quedará grabada en la memoria la foto de ambos, de espaldas, paseando juntos en el jardín, y con el brazo derecho del Rey sobre el hombro derecho de Adolfo Suárez. En aquél año el Alzeheimer había devorado casi todos los recuerdos, su lucidez había pasado a la historia y no recordaba haber sido presidente del Gobierno. Incluso no recordaba a casi nadie de su alrededor. Un hombre capaz de sufrir múltiples adversidades políticas y personales, de soportar movimientos de silla y siegas bajos sus pies constantemente, de reinventarse como ser humano tras el fallecimiento de su esposa primero, y de su hija después, ambas por cáncer, merece un apartado especial en la memoria colectiva. Merece mucho, mucho más de lo que se le ha concedido. Y no hablo de medallas ni parabienes. Hablo de su lugar en la historia. Como la batalla de Salamina, una lucha que significó el nacimiento de la Grecia más esplendorosa. Como Suárez, que forjó el espíritu de una nación imberbe en la democracia y le enseñó que el diálogo y la templanza es capaz de vencer en mil batallas. Cebreros llora. España entera también.

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