La caña de azúcar en su recta final
SUR DIGITAL. La caña de azúcar reinó un día en los cientos de miles de metros cuadrados sobre los que se levanta el polígono Guadalhorce y en los terrenos en los que hoy se ubica el centro comercial Carrefour Los Patios. También estaba presente en Carranque, las tierras que unían la Carretera de Cádiz con la playa y en Santa Paula. Configuró el paisaje costero de la Axarquía y se alzó en tierras de Fuengirola, Manilva y San Pedro Alcántara. Hasta el famoso Bajondillo de Torremolinos fue en su día caña de azúcar. Su presencia fue tal que en los años 60 la franjan litoral entre Málaga y Granada era conocida como la 'costa cañera'.
Antonio Garrido, que muy probablemente va a ser el último presidente de la Cooperativa Provincial de Productores de Caña de Azúcar y Remolacha de Málaga, dice que hace tan sólo diez o doce años aún había en la provincia unas 1.000 hectáreas de este cultivo, y aún recuerda esas décadas gloriosas, con campañas como la del 69, en las que Málaga llegó a producir hasta 115.000 toneladas de caña, y Torre del Mar, en donde el cultivo desapareció definitivamente hace dos años, hasta 40.000 toneladas: «En los años 70 aún quedaban seis o siete fábricas de azúcar cañera entre Málaga y Granada, y de hecho, a los suecos y nórdicos que venían entonces les llamaba mucho la atención las plantaciones de caña, porque pensaban que era un cultivo que sólo se daba en sudamérica», afirma.
Pero hoy todo eso ha cambiado y este año, uno de los cultivos más tradicionales de la provincia dice definitivamente adiós. Las expectativas para esta temporada apuntan a una producción que no superará las 18.000 toneladas, ya que la caña de azúcar apenas se circunscribe a unas 400 hectáreas salpicadas por Alhaurín de la Torre, Campanillas, Málaga capital y Churriana, donde está ubicado el centro de operaciones de la cooperativa.
Cesa la actividad
A tan sólo 900 metros del centro logístico, en las tierras de Manuel Abascal, salmantino y cañero de toda la vida, se puede asistir a una imagen centenaria que no volverá a repetirse en suelo malagueño: la zafra o recogida de la caña. Dicen los agricultores que llevan cuatro o cinco años escuchando el peligro de desaparición, aunque esta vez va en serio. Joaquín Martín, propietario de Azucarera de Guadalfeo, ubicada en Salobreña (Granada), la única fábrica de este tipo que queda en Europa, ha anunciado que ésta es la última campaña que demandará dicho cultivo y que reorienta definitivamente su actividad hacia la acuicultura. Con ello pone fin a un trabajo cuyos inicios se pierde en la memoria de unos hombres que representan ya la tercera generación de cañeros de la provincia.
Manuel Luque pertenece a una de las familias de cultivadores de caña de azúcar más antigua de Málaga. Dice que su abuelo se hizo con unas tierras en San Isidro. Se las arrendó el marqués de Larios, que era el propietario, y asegura que llevaba en carreta las cañas cortadas hasta Zamarrilla: «De esas primeras zafras hay una pintura en el techo del Teatro Cervantes», afirma Manuel, que asegura que llegó a ver el algodón plantado en Huelin.
Dureza
Entonces la zafra era aún más dura y eso que ahora la campaña de la recogida de caña sigue estando considerada como una de las tareas del campo que más esfuerzo requiere. Tiznado hasta los ojos del hollín que desprende la caña quemada y que se pega a la piel y a la ropa con la melaza que suelta el azúcar, lo corrobora Bernardo, 30 años de zafra y trabajador del campo. Desde el martes está en las tierras de Manuel Abascal, junto a los otros tres hombres que conforman la cuadrilla. Todos son de Iznate y están bragados en las vides: «Esto es lo más duro del campo, sí que lo es», dice. Abascal lo ratifica: «Este trabajo es inhumano. Ellos vienen de labrar la vid y ya traen callos en las manos, pero, así y todo, les salen nuevas heridas». «Las cañas siguen rozando en la muñeca y hacen heridas hasta formar la callosidad». Juan, que empezó en esto con 17 años y ya va por los 39, muestra el espacio entre el guante y la mano, que está en carne viva. Cortan a golpe de azada, porque no hay otra manera. Las cañas están este año malas, porque el viento las ha tumbado y los hombres tienen que buscar la manera de dar los golpes más duros y certeros, con el lomo agachado, el sol ya fuerte y el hollín pegajoso.
A destajo
Trabajan a destajo y vienen a sacar 12 euros por tonelada de caña cortada, para los que hay que dar muchos golpes. Empiezan la jornada a las siete de la mañana y no paran hasta las nueve de la noche, así que calculan que la larga jornada les va a reportar entre 50 ó 60 euros. «No, no se han hecho ricos. Bernardo lleva 30 años viniendo a la zafra, y mira, no se ha hecho rico», dice Abascal.
Su cuadrilla es quizá una de las pocas con componentes españoles. Antes venían cortadores de Torrox, de Cómpeta..., pero el trabajo en la construcción ha ganado la partida. El presidente de la cooperativa, que tiene unos 90 socios con edades que van de los 25 a los 65 años, estima que actualmente el 80 ó 90% de los cortadores son ecuatorianos: «Los marroquíes no quieren la caña, pero los ecuatorianos sí, los ecuatorianos son duros y buenos cortadores y en lugar de la azada utilizan una especie de machete». Manuel Garrido confiesa que tan sólo ha visto en su vida a dos o tres mujeres cortadoras: «¿Eso sí que eran mujeres!», bromea.
La caña empezó a quemarse hace tan sólo 20 años para facilitar el trabajo de la monda o limpieza de la hoja. De ahí le viene el nombre a los cortadores de caña, conocidos como 'monderos': «Se empezó a quemar la caña porque el trabajo no resultaba rentable para los hombres, que tardaban muchísimo en limpiar la caña. Apenas hacían dos o tres toneladas en 12 horas. Cuando se empezó a quemar, la productividad del trabajo se duplicó», explica Abascal. La quema se realiza avanzado el día, porque así las cañas han perdido humedad y se puede observar la dirección del viento para que el fuego las dañe lo menos posible.
El hombre recuerda también que hace sólo una década los 'monderos' cargaban a hombros las brazadas -unos 40 kilos de cañas- y ellos mismos las subían por las escaleras hasta el camión que luego las transportaba a la fábrica: «Las escaleras tenían once peldaños y las podían subir y bajar hasta cien veces al día». Ahora ya estos últimos procesos están mecanizados, porque las cañas, cortadas y puestas en filas, son recogidas por unas palas automáticas que las impulsa hasta los camiones.
Precio a la baja
Lo que sí ha ido de mal en peor, según los cooperativistas, es el precio que el fabricante les paga por tonelada de caña. Se supone que el mismo debe salir de la reunión que a tal efecto tiene lugar entre el fabricante, los cooperativistas y un representante de la Confederación Española de Cultivadores de Remolacha y Caña de Azúcar, pero pocas veces llegan a acuerdo. «Si no hay acuerdo es el Ministerio de Agricultura el que pone el precio, pero el de esta temporada aún no ha salido, así que trabajamos con el de la temporada anterior».
La explicación la da Toñi López, la persona que lleva la administración de la cooperativa de Churriana, a la que no le abandona la sonrisa ni ante un futuro muy incierto. Saca la documentación y demuestra que en 2000 el precio por tonelada era de 6.200 pesetas, una cantidad que bajó a las 6.050 pesetas en 2002 y que el año pasado se situó en los 36,36 euros (6.035,76 pesetas) para la misma calidad de caña.
Antonio Garrido, que muy probablemente va a ser el último presidente de la Cooperativa Provincial de Productores de Caña de Azúcar y Remolacha de Málaga, dice que hace tan sólo diez o doce años aún había en la provincia unas 1.000 hectáreas de este cultivo, y aún recuerda esas décadas gloriosas, con campañas como la del 69, en las que Málaga llegó a producir hasta 115.000 toneladas de caña, y Torre del Mar, en donde el cultivo desapareció definitivamente hace dos años, hasta 40.000 toneladas: «En los años 70 aún quedaban seis o siete fábricas de azúcar cañera entre Málaga y Granada, y de hecho, a los suecos y nórdicos que venían entonces les llamaba mucho la atención las plantaciones de caña, porque pensaban que era un cultivo que sólo se daba en sudamérica», afirma.
Pero hoy todo eso ha cambiado y este año, uno de los cultivos más tradicionales de la provincia dice definitivamente adiós. Las expectativas para esta temporada apuntan a una producción que no superará las 18.000 toneladas, ya que la caña de azúcar apenas se circunscribe a unas 400 hectáreas salpicadas por Alhaurín de la Torre, Campanillas, Málaga capital y Churriana, donde está ubicado el centro de operaciones de la cooperativa.
Cesa la actividad
A tan sólo 900 metros del centro logístico, en las tierras de Manuel Abascal, salmantino y cañero de toda la vida, se puede asistir a una imagen centenaria que no volverá a repetirse en suelo malagueño: la zafra o recogida de la caña. Dicen los agricultores que llevan cuatro o cinco años escuchando el peligro de desaparición, aunque esta vez va en serio. Joaquín Martín, propietario de Azucarera de Guadalfeo, ubicada en Salobreña (Granada), la única fábrica de este tipo que queda en Europa, ha anunciado que ésta es la última campaña que demandará dicho cultivo y que reorienta definitivamente su actividad hacia la acuicultura. Con ello pone fin a un trabajo cuyos inicios se pierde en la memoria de unos hombres que representan ya la tercera generación de cañeros de la provincia.
Manuel Luque pertenece a una de las familias de cultivadores de caña de azúcar más antigua de Málaga. Dice que su abuelo se hizo con unas tierras en San Isidro. Se las arrendó el marqués de Larios, que era el propietario, y asegura que llevaba en carreta las cañas cortadas hasta Zamarrilla: «De esas primeras zafras hay una pintura en el techo del Teatro Cervantes», afirma Manuel, que asegura que llegó a ver el algodón plantado en Huelin.
Dureza
Entonces la zafra era aún más dura y eso que ahora la campaña de la recogida de caña sigue estando considerada como una de las tareas del campo que más esfuerzo requiere. Tiznado hasta los ojos del hollín que desprende la caña quemada y que se pega a la piel y a la ropa con la melaza que suelta el azúcar, lo corrobora Bernardo, 30 años de zafra y trabajador del campo. Desde el martes está en las tierras de Manuel Abascal, junto a los otros tres hombres que conforman la cuadrilla. Todos son de Iznate y están bragados en las vides: «Esto es lo más duro del campo, sí que lo es», dice. Abascal lo ratifica: «Este trabajo es inhumano. Ellos vienen de labrar la vid y ya traen callos en las manos, pero, así y todo, les salen nuevas heridas». «Las cañas siguen rozando en la muñeca y hacen heridas hasta formar la callosidad». Juan, que empezó en esto con 17 años y ya va por los 39, muestra el espacio entre el guante y la mano, que está en carne viva. Cortan a golpe de azada, porque no hay otra manera. Las cañas están este año malas, porque el viento las ha tumbado y los hombres tienen que buscar la manera de dar los golpes más duros y certeros, con el lomo agachado, el sol ya fuerte y el hollín pegajoso.
A destajo
Trabajan a destajo y vienen a sacar 12 euros por tonelada de caña cortada, para los que hay que dar muchos golpes. Empiezan la jornada a las siete de la mañana y no paran hasta las nueve de la noche, así que calculan que la larga jornada les va a reportar entre 50 ó 60 euros. «No, no se han hecho ricos. Bernardo lleva 30 años viniendo a la zafra, y mira, no se ha hecho rico», dice Abascal.
Su cuadrilla es quizá una de las pocas con componentes españoles. Antes venían cortadores de Torrox, de Cómpeta..., pero el trabajo en la construcción ha ganado la partida. El presidente de la cooperativa, que tiene unos 90 socios con edades que van de los 25 a los 65 años, estima que actualmente el 80 ó 90% de los cortadores son ecuatorianos: «Los marroquíes no quieren la caña, pero los ecuatorianos sí, los ecuatorianos son duros y buenos cortadores y en lugar de la azada utilizan una especie de machete». Manuel Garrido confiesa que tan sólo ha visto en su vida a dos o tres mujeres cortadoras: «¿Eso sí que eran mujeres!», bromea.
La caña empezó a quemarse hace tan sólo 20 años para facilitar el trabajo de la monda o limpieza de la hoja. De ahí le viene el nombre a los cortadores de caña, conocidos como 'monderos': «Se empezó a quemar la caña porque el trabajo no resultaba rentable para los hombres, que tardaban muchísimo en limpiar la caña. Apenas hacían dos o tres toneladas en 12 horas. Cuando se empezó a quemar, la productividad del trabajo se duplicó», explica Abascal. La quema se realiza avanzado el día, porque así las cañas han perdido humedad y se puede observar la dirección del viento para que el fuego las dañe lo menos posible.
El hombre recuerda también que hace sólo una década los 'monderos' cargaban a hombros las brazadas -unos 40 kilos de cañas- y ellos mismos las subían por las escaleras hasta el camión que luego las transportaba a la fábrica: «Las escaleras tenían once peldaños y las podían subir y bajar hasta cien veces al día». Ahora ya estos últimos procesos están mecanizados, porque las cañas, cortadas y puestas en filas, son recogidas por unas palas automáticas que las impulsa hasta los camiones.
Precio a la baja
Lo que sí ha ido de mal en peor, según los cooperativistas, es el precio que el fabricante les paga por tonelada de caña. Se supone que el mismo debe salir de la reunión que a tal efecto tiene lugar entre el fabricante, los cooperativistas y un representante de la Confederación Española de Cultivadores de Remolacha y Caña de Azúcar, pero pocas veces llegan a acuerdo. «Si no hay acuerdo es el Ministerio de Agricultura el que pone el precio, pero el de esta temporada aún no ha salido, así que trabajamos con el de la temporada anterior».
La explicación la da Toñi López, la persona que lleva la administración de la cooperativa de Churriana, a la que no le abandona la sonrisa ni ante un futuro muy incierto. Saca la documentación y demuestra que en 2000 el precio por tonelada era de 6.200 pesetas, una cantidad que bajó a las 6.050 pesetas en 2002 y que el año pasado se situó en los 36,36 euros (6.035,76 pesetas) para la misma calidad de caña.
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