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"Rubiales, un rebelde con causas" por Luis M. Rubiales López

"Rubiales, un rebelde con causas" por Luis M. Rubiales López

El Norte de Castilla.- Lloraba con genio y con rabia. Mi mujer y yo le habíamos comprado un balón de reglamento y la vestimenta del Motril CF, el club representativo del fútbol de nuestra ciudad. Aún era casi un bebe, apenas tres años. Ya soñaba con ser futbolista, y claramente afirmaba que de mayor iba a ser como Schuster. Lo vestimos y le calzamos unas zapatillas de deporte.

La camiseta le bailaba algo, los pantalones le quedaban un pelín anchos y hubo que dar un par de vueltas a las medias. Eve, su hermana, le hacía burla, y Luis lloraba, mientras balbucía algo de unas botas. Cuando conseguimos calmarlo, nos explicó el motivo de su disgusto: los futbolistas no juegan con zapatillas de deporte. Coincidimos en que tenía razón, y me fui a la tienda a comprarle sus primeras botas de fútbol. Cuando miro la foto que le hizo mi amigo J. A. Maldonado, en su estudio, pisando la pelota con la izquierda, todavía me emociono.

Después vinieron muchos otros pares. Luis es un ejemplo de cómo puedes conseguir lo que deseas a base de entrega y de sacrificio. Con solo catorce años debutó con el primer equipo del Motril, a las órdenes de Miguel Novo. Del Bosque quiso llevárselo a la cantera del Real Madrid, Pablo Blanco a la del Sevilla.
Fue, finalmente, el Valencia su destino, con apenas quince años, porque ofrecía las mejores condiciones desde el punto de vista de su desarrollo como ser humano. Allí, en la residencia de Paterna, se hizo un hombre y sin perder ni un curso, terminó COU y Selectividad, obteniendo una mención especial del Tribunal por la brillantez de sus exámenes. En paralelo, su vida futbolística seguía progresando: tuvo maestros extraordinarios, como los internacionales Valdez y Subirats o Higinio. Allí conoció, en su primer año de Universidad, a la que hoy es su esposa, Nela. Allí, también, fue preseleccionado para la internacional sub-18 de España.

Terminada su etapa de formación, ficha por el Atlético de Madrid, y comienza jugando en el filial de Tercera División. Aquí llega la primera de las lesiones graves que Luis ha tenido a lo largo de su carrera: se le rompe el recto anterior de la pierna izquierda.
Lo opera, con manos sabias, el doctor Pedro Guillén, uno de los mejores especialistas del mundo. Después de la intervención, estando presentes su madre y yo, el buen doctor le pregunta: «¿Estás estudiando, Luis? Siempre podrás seguir jugando, aunque sea a nivel aficionado». La lesión había sido brutal, y el pronóstico no era muy alentador. En vez de hacer dos horas de rehabilitación, Luis hizo primero cuatro, después seis, hasta ocho horas diarias.

El peregrinaje

Perdió aquel año, y el Atlético de Madrid le dio la baja. Se vino a casa apesadumbrado, abatido, pero con la firme convicción de que con sacrificio saldría adelante. Los sueños se habían roto: ni selección, ni Atlético de Madrid. Ni siquiera sabía si podría volver a jugar. Pero ya entonces mostraba su carácter, su casta, su orgullo.

Había que empezar de nuevo, y se aprestó a ello. Fue Gerardo Castillo, del Granada 74, quien le dio la oportunidad de volver a vestirse de futbolista, quien confió otra vez en él. Y cuajó una temporada extraordinaria, que culminó con el equipo granadino jugando la fase de ascenso a Segunda División B. Al año siguiente, conseguiría este ascenso, pero con el Guadix, en una temporada en la que jugó más de cuarenta partidos, a las órdenes de Pepe Parejo, una de las personas que más le han influido.

Es tentado por distintos equipos, y gracias a las gestiones de Wilder Barcos, firma su primer contrato como profesional con el Mallorca, jugando ese primer año en 2ª B a las órdenes de López-Caro. Después, el Lleida, el Xerez, dirigido por el que era su ídolo de pequeño, Bernd Schuster, con el que está a punto de ascender a Primera División y con el coincidiría de nuevo en el Levante, el equipo de su vida.

Siempre que puede, proclama que se siente granota -seguidor del Levante- hasta la médula. Cinco temporadas seguidas en el equipo valenciano, con dos ascensos a Primera, y con algunas gestas épicas como el 0-1 del Bernabéu. Ha sido el único día de mi vida en que me he alegrado de que perdiera el Madrid. En aquel momento solo me faltó, para ser inmensamente feliz, que mi padre -futbolista del Motril heroico de finales de los 40- hubiera estado allí. Luis vive en Valencia la etapa más bonita de su vida, en lo deportivo y en lo personal: crece como futbolista y como ser humano. Nacen mis nietas Lucía y Ana, y se asienta definitivamente el Luis Rubiales que está en lucha permanente por sus derechos y los de sus compañeros.

De Escocia a la AFE

Decide terminar su vida deportiva en Gran Bretaña. Lo ve como una oportunidad: perfeccionar el inglés -que habla fluidamente- y posibilitar a su familia una experiencia y un aprendizaje difícil de obtener en España. Firma por el Hamilton, un modesto equipo de la Liga escocesa. La aventura dura apenas dos meses: el mismo día que cumple 32 años, con una condición física magnífica, nos anuncia que deja el fútbol y que va a optar a presidir la AFE.

Su teléfono está permanentemente recibiendo llamadas de futbolistas, pidiéndole que vuelva y que les ayude en los problemas que sufren. Su experiencia como capitán del Levante, cuya actuación permitió que sus compañeros cobraran, lo han hecho muy conocido. Rescinde el contrato y vuelve.
Inmediatamente, comienza su camino hasta la presidencia de la AFE.

Desde entonces ha transcurrido menos de un año, y en este tiempo ha resuelto conflictos y se ha enfrentado con solvencia a los abusos. Hoy, la AFE es una piña. Al frente está Luis, mi hijo. Un buen hijo y un buen padre. Un hombre generoso, entregado a la defensa de lo que considera que es justo. Una persona capaz de compartir en los buenos y en los malos momentos. Los primeros dineros que ganó se los entregó a su madre para usarlos en unos arreglos que necesitaba nuestra casa.
Siempre está disponible para aquellos que lo necesitan. Su madre y yo nos sentimos orgullosos de mi Luis Manuel, un honrado obrero, un hombre desprendido y noble, un ser humano comprometido con la justicia.

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