Blogia
Motril@Digital

CON VIRGILIO EN EL SOFÁ. DÍA 55: UNA BONITA HISTORIA DE AMOR por Miguel Ávila Cabezas

CON VIRGILIO EN EL SOFÁ. DÍA 55: UNA BONITA HISTORIA DE AMOR por Miguel Ávila Cabezas

Agárrate bien a las neuronas, Virgilio, con lo que te voy a contar. Esta misma tarde, rastreando por aquí y por allí en la prensa canallesca (léase El Faro, ¿de occidente?, ceutí, nuestro Ideal de toda la vida, el Huffington Post, de impronunciable nombre y, por supuestísimo, el Motril Digital, el mejor de todos sin duda), voy y me topo con la noticia de que un tal Richard Torres, actor peruano conocidísimo en su casa a la hora de comer, se ha casado con un árbol, para ser más exacto con un árbol argentino de nombre Sacha Qumir, al que, como mandan los cánones, con lenguaraz ahínco besó ardientemente tras el “sí, quiero”. En verdad en verdad te digo que los caminos del Amor son, como los del Señor, inescrutables.

Y a tenor de lo visto, yo me pregunto, Virgilio: Ya en la quietud del hogar, ¿cuál de los dos, en el caso que nos ocupa, adoptará el proceder sumiso: el árbol, el marido-actor? ¿Cómo será la noche de bodas? (Evito aquí desvelar mis fantasías arborifílicas). Y la intimidad, ¿cómo se cuidarán de miradas indiscretas? ¿Habrá viaje de novios? ¿En qué forma? ¿A dónde? ¿Tendrán descendencia que aporte savia nueva a este mundo anémico, esdrújulo y apático? ¿Serán pimpollos los congénitos? ¿Arbustillos serán? ¿Será sietemesino el neonato? ¿Quién será el emisor? ¿Y quién el receptor? Lo que haya de venir, si es que viene, ¿será una rosa, será un clavel…? En el mes de mayo te lo diré, Virgilio, porque una vez más tengo la ídem hecha un verdadero lío. Yo no te me imagino, gato esquivo, casándote con nada ni con nadie que no sea el sofá de terciopelo rojo o, a lo sumo, el contenedor que queda enfrentico mismo del kiosko del malafollá, aunque, a fuer de ser claros y pragmáticos, poca sustancia nutricia en él depositamos los nuevos y viejos ricachones de la zona privilegiada, según se sube por el Revellín arriba, a la derecha justamente. Como mucho, una cáscara de huevo duro, la piel del plátano chunío o ese cuscurro mohoso que no se lo come ni el mismísimo ácido clorhídrico, nuevamente por citar. En realidad tú no te casas ni contigo mismo, que ya es decir. A los hechos me repito, como diría el Manquiña. De unos meses a estas partes estás de un efímero que clama silenciosamente al cielo. Y para colmo de males te me has metido en el subconsciente de donde te niegas, un día sí y el otro también, a salir.

Como diría mi primo el filósofo: Me tienes más mosqueao que un pavo en Navidad. Porque, veamos y digámoslo con todas sus letras: ¿Qué cojones pretendes con tu actitud? ¿Que yo te olvide? ¿Olvidarme tú a mí? Sabes perfectamente que ambas disyuntivas son inviables y ello por una muy simple razón: porque, bien lo sabes, yo soy tú y tú eres yo. Así de claro y patente. El hecho de que te lo quieras montar por libre en esa tierra de nadie y de todos que es el infinito espacio interneuronal no significa que tú dejes de ser tú dejando de ser yo, y/o viceversa. No sé si me explico con meridiana claridad.

Admito que tú también estás hasta la última punta del más septentrional de tus bigotes de mi parloteo criticón con eso de los “eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”, es decir, con lo de “lo que pasa en la calle” del señor Pérez, el alumno de Juan de Mairena. Reconozco que hasta el propio santo Job se rebelaría contra mi hablativa persona arrojándome a la cabeza la teja con la que en el basurero (¿de Madrid?) sigue eternamente rascándose su puritita llaga. Pero es que no lo puedo remediar, Virgilio. Es algo superior a mis fuerzas. Es como una energía indómita que se expande y se expande desde mis dos centros de gravedad (escorados a la izquierda) hacia la punta de mi… lengua y desde allí se abalanza al exterior convertida en un torbellino de sintagmas, tronchados por los malditos anacolutos, que no hay Dios que los controle, sobre todo si van impregnados con la esencia de la indignación y el justo cabreo. Y más hoy, sábado, día de la desolación y el abandono, pues yo no fui quien pasó por allí, por la plaza de la Rosa, para multiplicar por diez millones las ansias rojas de un billete de diez euros. ¡Ay de mí, Virgilio! ¡Ay, de nosotros!

0 comentarios