DIA 10. CON VIRGILIO EN EL SOFÁ por Miguel Ávila Cabezas
DÍA 10: Tal parece que todo se desmorona, Virgilio. La prima de riesgo (que no la de Riego, ésa era otro cantar) se ha puesto a mediados de semana por las nubes amenazantes de la tormenta absoluta, más del doble que hace un siglo. El paro sube y sube y no para de subir.
Ya no quedan tijeras para tanto recorte, ni afilaores que las pongan debidamente a punto. Y de lo de Bankia, mejor no hablar porque de eso ya, pecata minuta, ni se habla. Debemos, dicen, hasta de callarnos.
Y más que vamos a deber cuando tengamos que empezar a reintegrar a los cuervos esos de las finanzas los cien mil millones dicen, también, que prestados a los bancos (¿), con sus intereses espúreos incluidos. Y que no se nos ocurra morirnos de hambre (o de asco) porque capaces son de enviarnos a otros cien mil, para la ocasión hijos de San Luis, con el mismísimo Duque de Angulema a la cabeza visible gritando en las Cortes y por los eriales de la tierra patria aquello de “Tout le monde tranquille!” y “Asseyez-vous, coño!”.
En fin, que el patio está hecho un estercolero invadido por las ratas de siempre, y nosotros tan tranquilos y campantes en este sofá de terciopelo rojo que algún día se habrá de comer la polilla. ¿Tú qué opinas de esto que te digo, Virgilio?”. Y evidentemente Virgilio salta con sus zarpas erizadas como cuchillos. “¿Y a qué cuenta de qué me cuentas todo esto? ¿No te das cuenta de que ahora no estoy para metafísicas estrambóticas y menos aún para nuevos cuentos? Eso se lo cuentas a otro gato, o perro si te place, que yo quiero más una morcilla que en el asador reviente, y ríase la gente”, me dispara a bocajarro el Gongorino, Inescrutable y por momentos Reiterativo compañero de modorra. No hará falta decir que los concursantes de “Saber y Ganar” llevan unos cuantos programas sin dar ni una.
El que más y la que menos se vuelven a casa con una mano atrás y otra alante, tal vez para que vayamos haciéndonos a la idea. Así de fácil. “Entre otros motivos -le respondo no sin un cierto toque de rabia en mi voz-, porque lo mismo el día mañana nos despertamos todos con la intangible evidencia de que a la noche vinieron Ellos a separar definitivamente nuestra cabeza del cuerpo místico que antes éramos y sólo nos dejarán, como en el chiste de Forges, los ofuscados pinreles, eso sí, frente al televisor.
Y, si me apuras, Virgilio, hasta de los zahones seremos despojados, en cuyo cobijo temeroso guardábamos los cuatro euros perreros ganados con el sudor de nuestras neuronas y los espasmos del vil colon. Y tú, Virgilio insensible, en vez de morcilla caliente, comerás a partir de entonces arándanos de la China. ¿Te parece poco?”. Tras la retahíla me quedo sin resuello. Tengo serias dificultades para respirar. Y permanezco expectante.
Transcurre un tiempo eterno y Virgilio no dice nada. Simplemente ha saltado del sofá y se ha llegado a paso lento a su terrario dispuesto a evacuar consultas con su ángel de la guarda que vaya usted a saber si no es el mismísimo presidente de la Comisión Europea o el otro, el listo con cara de tonto y apellido de lateral derecho de la selección belga. Sí, ése, ése. ¿No se habrá pasado Virgilio al otro bando? ¿Pero a qué bando, por cierto? Estoy hecho un lío.
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