DÍA 44. CON VIRGILIO EN EL SOFÁ: "A GALOPAR, A GALOPAR " por Miguel Ávila Cabezas
¡A galopar, / a galopar, / hasta enterrarlos en el mar! (Rafael Alberti)
Virgilio y yo hemos estado hibernando estos últimos días de frío, lluvia y revelación y cuando lo hacemos no nos dirigimos la palabra ni para decirnos “ojos bonicos tienes”, y con qué sentido, si entre nosotros todo está dicho y redicho, y “Saber y ganar” ha entrado en una fase que podríamos definir como de “calma chicha” o de “tensa espera” a la llegada de un auténtico magnífico que se resiste como la otra caterva de gatos panza arriba, con hábito morado por aquello de que se aproxima, salvífica, la Semana Santa. Entretanto, Benedicto XVI se marchó definitivamente de rezos y sopitas teológicas a Castelgandolfo y el solio vacante lo ha venido a ocupar un argentino al que se le culpa no propiamente de ser argentino sino de haber tenido en tiempo y lugar más infames más sus más más que sus menos menos con la Junta Militar del país que lo vio nacer hace ya setenta y seis años.
Ciertamente alguien podría pensar que, por el apellido, Bergoglio, más que argentino en realidad pudiera tratarse de un italiano tránsfuga, quizás originario de Ragusa o Caltanissetta, si no de Palermo o Catania, en la Sicilia de siempre. Provenga de donde provenga da lo mismo pues el tal Bergoglio, pasando del negro al blanco, ha arrumbado al Bergoglio (de nombre Jorge) para devenir, por obra y gracia del Espíritu Santo, en Francisco a secas, sin número romano, no vaya a ser que algún despistado lo pueda confundir con aquel Francisco I, quien fuera rey de las dos Sicilias entre los años de 1825 y 1830, o con el otro, el gabacho libertino y tolerante al que en Pavía se las dimos del derecho y del revés.
Lo que yo te diga, Virgilio, todo encaja a la perfección y la teoría del caos es más cierta que la crisis que eternamente nos habita y la madre desnaturalizada de aquellos cuantos y tantos que en mala hora la parieron.
El caso es que en el arranque de su pontificado el nuevo papa ha pedido a los ciento catorce cardenales electores que tengan “el coraje de caminar”. Y no me negarás, Virgilio, que el caminar siempre ha estado muy bien considerado porque el hacerlo de manera regular mejora nuestra salud tanto física como mental, rebajando los niveles de azúcar y colesterol en la sangre.
No te quepa la menor duda de que el inmovilismo es malo y eso de sobra lo reconoce el primer papa jesuita que asimismo exhorta a que “la iglesia pierda peso” (no me extraña) para así poder liberarse de las tensiones emocionales y musculares que desde tiempos remotos tanto le aquejan. ¿Una Iglesia diabética? ¡Ni hablar! ¿Y esclerótica? ¡Aún menos! ¿Fondona? ¡A qué pensarlo! Una Iglesia dinámica, esdrújula, ecuménica y atlética es lo que quiere nuestro Papa Francisco (Papa Paco para los íntimos), una Iglesia que se eche al campo (o a la Plaza de San Pedro, en su defecto), se ponga a darle caña a las articulaciones (¡hip hop hep aro!) y se deje de pollas... o de efebos… en su caso. Dicho sea lo de las pollas en el sentido más granaíno del término, que tú me conoces. ¿Qué opinas? ¿Crees tú que este nuevo Papa nos traerá la tan anhelada renovación eclesial y, por ende, el final de la dichosa crisis? (¡Queremos jamón! ¡Mantecaos pá tós!).
- (…)
- ¿Sudar? ¿A ti qué te va a sudar si no mueves tu orondo cuerpo ni para ir a ver qué hay de nuevo en lo de los contenedores?
- (…)
- No me lleves al huerto. Te conformas con tu pienso para gatos esterilizados y con tendencia al sobrepeso y no se hable más. Por cierto, y cambiando de tema, ¿se sabe algo sobre qué se fizo del rubicundo ser?
- (¿??)
- Efectivamente.
- (…)
- Estará el otro que se sube por las paredes.
- (…)
- ¿Que no puede por lo de la operación?
- (…)
- ¿Y a dónde se ha ido a vivir ella?
- (…)
- ¿Otra vez con lo de sudar? ¡Mira que eres malafollá! ¡Ni que pertenecieras a la estirpe de la estanquera de la calle Puentezuelas!
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