OPINIÓN: La miel y el ron por Aurora Luque ( Sur Digital)
EN verano se nos transparenta mejor el depredador que llevamos dentro. Los incendios devastan los bosques, la comida contaminada devasta los cuerpos, los atascos de tráfico devoran el tiempo de vacación y la paciencia, las urbanizaciones congestionan el litoral, las olas de calor (casi con categoría de tsunamis) arrasan la voluntad, y las sequías nos hacen pensar en el cotidiano derroche irracional de agua per cápita y por ducha.
Por eso se agradece cualquier indicio de recapacitación en esta carrera de autodestrucción masiva. Leíamos ayer que en el Rincón de la Victoria el nuevo PGOU pretende «frenar la expansión inmobiliaria» e «introducir la cordura en el crecimiento». Claro que se trata de una cordura muy relativa: sólo se van a construir 6.000 viviendas en los próximos 15 años de las 12.000 proyectadas al otro lado de la autovía. La falta de recursos hídricos y las deficiencias en las comunicaciones parecen aconsejar este prudente recorte. Suponiendo un gasto de agua de cien litros diarios por persona (creo haber leído que el porcentaje es de trescientos) y una presencia de tres inquilinos por vivienda, las nuevas urbanizaciones sólo necesitarán un millón ochocientos mil litros de agua diarios, un chorrito de nada.
Si viajan por las carreteras del litoral, como el viaje será presuntamente lento, propongan a sus niños un pasatiempo para que no se aburran: el recuento de grúas. (De niña, con mis hermanos, el pasatiempo de los viajes consistía en contar «tiburones», esos coches con las fauces agresivas que no abundaban tanto como los Renault doce). Entre Vélez y Torre del Mar la masa de nuevas viviendas es abrumadora. Donde antes crecía la caña de azúcar ahora crece la grúa, ese arbusto parásito del progreso que no deja asomar la hierba. El cemento ha pavimentado las antiguas hazas y cañaverales. Me dice una amiga de Motril que por culpa de la extinción del cultivo de la caña va a dejar de fabricarse el delicioso ron Montero; sin ron Montero ya no tiene sentido vivir en Motril, añade. También la miel de caña corre peligro. Dos productos autóctonos de excelente calidad caerán aniquilados por la avaricia inmobiliaria. Los campos de caña de Salobreña morirán aplastados por un complejo hote lero de capital guiri. A los concejales se les llena la boca con las sílabas de la palabra rentabilidad y la mirada con el brillo de los alicatados: su torpe concepto no sostenible del progreso provoca daños irreversibles para la colectividad. En otras comunidades se gestionan mejor las cosas: en las tiendas de los aeropuertos internacionales los aceites españoles son de Tarragona o Gerona. No me imagino a los empresarios catalanes dejando morir dos productos tan exquisitos y promocionables como esa miel y ese ron únicos. Necesitarían una protección especial, como especies en peligro de extinción. Somos unos imbéciles que disparamos contra lo mejor de nuestras bodegas y despensas: en lugar de miel pondremos sirope de arce canadiense y en lugar de ron moreno de Motril importaremos bourbon de Kentucky.
Por eso se agradece cualquier indicio de recapacitación en esta carrera de autodestrucción masiva. Leíamos ayer que en el Rincón de la Victoria el nuevo PGOU pretende «frenar la expansión inmobiliaria» e «introducir la cordura en el crecimiento». Claro que se trata de una cordura muy relativa: sólo se van a construir 6.000 viviendas en los próximos 15 años de las 12.000 proyectadas al otro lado de la autovía. La falta de recursos hídricos y las deficiencias en las comunicaciones parecen aconsejar este prudente recorte. Suponiendo un gasto de agua de cien litros diarios por persona (creo haber leído que el porcentaje es de trescientos) y una presencia de tres inquilinos por vivienda, las nuevas urbanizaciones sólo necesitarán un millón ochocientos mil litros de agua diarios, un chorrito de nada.
Si viajan por las carreteras del litoral, como el viaje será presuntamente lento, propongan a sus niños un pasatiempo para que no se aburran: el recuento de grúas. (De niña, con mis hermanos, el pasatiempo de los viajes consistía en contar «tiburones», esos coches con las fauces agresivas que no abundaban tanto como los Renault doce). Entre Vélez y Torre del Mar la masa de nuevas viviendas es abrumadora. Donde antes crecía la caña de azúcar ahora crece la grúa, ese arbusto parásito del progreso que no deja asomar la hierba. El cemento ha pavimentado las antiguas hazas y cañaverales. Me dice una amiga de Motril que por culpa de la extinción del cultivo de la caña va a dejar de fabricarse el delicioso ron Montero; sin ron Montero ya no tiene sentido vivir en Motril, añade. También la miel de caña corre peligro. Dos productos autóctonos de excelente calidad caerán aniquilados por la avaricia inmobiliaria. Los campos de caña de Salobreña morirán aplastados por un complejo hote lero de capital guiri. A los concejales se les llena la boca con las sílabas de la palabra rentabilidad y la mirada con el brillo de los alicatados: su torpe concepto no sostenible del progreso provoca daños irreversibles para la colectividad. En otras comunidades se gestionan mejor las cosas: en las tiendas de los aeropuertos internacionales los aceites españoles son de Tarragona o Gerona. No me imagino a los empresarios catalanes dejando morir dos productos tan exquisitos y promocionables como esa miel y ese ron únicos. Necesitarían una protección especial, como especies en peligro de extinción. Somos unos imbéciles que disparamos contra lo mejor de nuestras bodegas y despensas: en lugar de miel pondremos sirope de arce canadiense y en lugar de ron moreno de Motril importaremos bourbon de Kentucky.
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