DIA 13. CON VIRGILIO EN EL SOFÁ; La Romería por Miguel Avila Cabezas
Fui testigo de lo de la Virgen, Virgilio. Volvía yo a la casa de echar un Gordo y una Primitiva en lo de los frutos secos (no me malinterpretes) cuando allá a lo lejos, en la parte alta de la calle que lleva el nombre de nuestro universal poeta, divisé la parpadeante luz de un coche de la Guardia Civil que abría el cortejo con sus claros clarines de salerosa entrega y piedad marianas. Tras aquella estática figura que en su trono parecía ensimismada, como si aquel creciente tropel no fuese en nada con su alma de madera, iban los caballistas, enhiestos y orgullosos en sus monturas y, detrás, las carretas de las que acerté a contar, Virgilio, del orden de dieciséis o diecisiete, tal vez alguna más,
remolcadas, la mayoría, por rugientes tractores y engalanadas todas con el colorista aparataje que exige un acto de semejante calibre. Incluso había una que pretendía imitar cierta estancia de nuestra Alhambra (no sé, mi memoria arquitectónica no es muy fiable que digamos, pero remedaba la Sala de los Reyes o, en su defecto, la de Las Damas), con su peristilo exterior, sus arcos de medio punto, sus mocárabes, su artesonado geométrico y no recuerdo ahora si también una sura del Corán en la parte frontal correspondiente.
(…) Ahora que lo insinúas, sí, yo estaba con Jaro, el perro de la niña, que a flaco, obediente, escatológico y discreto no hay otro que le supere, sobre todo si se sabe controlado por la mirada de su ama.
No te he de negar, caro Virgilio, que al paso de los romeros (y romeras) de inmediato me sentí hermanado con aquella fervorosa, si festiva, comunidad que cantaba, bailaba, reía y bebía, lanzando a discreción vivas y loas a la Mater et Magistra.
Finalmente, la comitiva llegó a la playa donde se oficiaría la Santa Misa que fue seguida por el más absoluto de los silencios, roto de vez en cuando por el zureo de alguna paloma, y con gran recogimiento sin duda. ¡Cuánta beatitud y dicha emanaban del gesto de los asistentes! ¡Hasta el mismísimo cielo se había puesto guapo para honrar a la Señora! Y en la arena pedregosa ni tan sólo un olvidado papel o impúdico preservativo deslucían su gris prestancia conseguida al amanecer por los Servicios de Limpieza del Excmo. Ayuntamiento.
Por lo demás, el resto del día transcurrió sin que se produjera ninguna contingencia que pudiera yo calificar de negativa. Así pues, como en años anteriores, la prudencia y morigeración presidieron el comportamiento general. A la noche, los fuegos artificiales remataron, con su traca final, una jornada de paz y concordia. No te creas por tanto los falsos comentarios de quienes pretenden denigrar festividad tan arraigada en el corazón virtuoso del pueblo. Nada cierto es lo que algunos van propalando por los mentideros de la villa de que gente borracha y vocinglera hubiese roto la unánime armonía. Te lo digo yo que estuve allí. Y fui testigo.
(…)
¿Y ahora qué te pasa? ¿Por qué me miras de esa forma, Virgilio? Últimamente no hay quien te entienda.
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