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"La soga" por Jesús Cascón Murillo

"La soga" por Jesús Cascón Murillo

¿A quién le extraña la muerte del chanero desahuciado? Un ciudadano anónimo hasta que decide pasar su cuello alrededor de una cuerda, hasta que lo encuentra la policía sin vida, y en esta ocasión con la rocambolesca circunstancia de aparecer los ejecutores del desahucio y confirmar que al que había que echar a la calle ya no lo pueden echar porque se ha quitado la vida. Insisto, ¿le extraña a alguien? ¿Saben ustedes lo que hacen los bancos (o las entidades de crédito, o cualquier gran compañía a la que le dejas a deber un puto euro) para que terminen recaudando lo que se les debe? De todo menos tratarte con humanidad.

Encargan tu caso a un entramado de empresas cuya especialidad es la extorsión, la amenaza constante, el sin vivir del deudor. Y supongo que lo hacen porque piensan que todas esas personas que no pagan dejan de soltar la pasta porque no les da la gana. Es un error de concepto. 
 
Probablemente, el noventa por ciento de los que no pueden hacer frente a una hipoteca o a un préstamo son personas a las que les gustaría estar al día en sus pagos. Evidentemente, si no lo hacen pudiendo, pertenecen al grupo de los masoquistas. Casi ninguno de ellos deja de pagar por gusto. No pagan porque no pueden, pero no tienen el conocimiento o las agallas de plantarse en el banco de turno y decirles que no hay tela. Si esperan que los bancos lo hagan con ellos, van dados. No te dicen esta boca es mía, inician el procedimiento jurídico correspondiente pero, mientras la cosa judicial va lenta, ellos hacen por su cuenta ese chantaje, ese acoso, esa persecución sicológica de llamadas a las ocho de la mañana, a las once, a las dos, a las seis de la tarde. Esa voz sudamericana que te empuja, te obliga a que confieses una futura fecha de pago mientras te graban sin tu consentimiento. 
Ignoro si el caso del desahuciado Domingo, el chanero, el de la tienda de revistas, el vecino de toda la vida, que no se ha metido con nadie, que ha sido amigo de sus amigos, ha tenido estas circunstancias. Supongo que no le habrán dejado tranquilo, que nadie en el banco de turno habrá perdido cinco minutos con él para plantear un plan de pagos que pudiera remediar, en todo o en parte, una situación tan complicada como ésta. Probablemente los bancos no den abasto con tanto moroso, con tanto deudor en estos tiempos tan complicados y tan surrealistas, pero este asunto derivado en tragedia, con tintes románticos incluso, no puede dejar insensible a nadie.

Ni a las entidades de crédito. Son los únicos responsables de esta situación, los verdaderos culpables de hacer las cosas mal desde el minuto uno hasta el momento de la soga al cuello. Precisamente este caso nos recuerda qué significa estar así, con la soga al cuello. Porque el ciudadano Domingo, el chanero, no ha podido tener acceso a las ayudas del BCE, no era promotor beneficiario de ayudas del Estado, no pertenecía a una caja politizada y, por tanto, no tenía acomodo financiero. Era una persona más, sin más, sin beneficios fiscales.
 
Cuando estos casos derivan en tragedia, mejor que nos preparemos para algo más, para el siguiente, aunque esperamos que no ocurra, como es lógico. Eso pensaban los bancos, que nadie se iba a echar al monte porque le quiten la casa, ¿verdad? ¿Qué esperaban, que los desahuciados se van a quedar en mitad de la calle tocando las palmas? La gente está desesperada, y en esas situaciones toman medidas desesperadas. Pero a los bancos les importa un carajo el futuro de los que no tienen futuro. Eran sus clientes y, desde la primera letra impagada, pasaron a ser sus objetivos. No veo diferencia con un francotirador. Ninguna. El chanero se colgó de una cuerda, pero él no apretó la soga. Fueron otros.

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