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DIA 23: CON VIRGILIO EN EL SOFÁ. " TRAS LA TORMENTA…" por Miguel Ávila Cabezas

DIA 23: CON VIRGILIO EN EL SOFÁ. " TRAS LA TORMENTA…" por Miguel Ávila Cabezas

Hoy por fin se ha producido el inevitable acercamiento. Se veía venir pero hasta ahora ninguno de los dos, bueno es reconocerlo, daba el brazo, o en su defecto la pata, a torcer. Ya digo: estaba la cosa a pique de un repique. Tanto desapego y distanciamiento entre una y otra esquina del sofá de terciopelo rojo lo estaban convirtiendo en un páramo más gélido e inhóspito que el Círculo Polar Ártico, por un poner.

Ha sido Virgilio, el Impredecible, quien ha dado el primer paso. Exactamente a las tres de la madrugada en que hemos regresado a casa tras pasar la soirée en la de Mario, para lo de la sesión de cine de los miércoles. Nada más abrir la puerta, Virgilio se nos ha plantado en la misma entrada y nos ha espetado de esta forma: “¡¿Qué horas son estas de llegar?!”. Ni que decir tiene que, de la misma emoción, he estado en un tris de desaguarme en llanto. Y en vista de que, como el Listo Tonto de las portadas de los periódicos, no gasto clepsidra, me he echado instintivamente la mano al bolsillo en el que suelo ocultar ese artilugio nefasto, ese híbrido de patata y móvil que, a pesar de los pesares, marca la hora, aunque con una notable diferencia respecto a la del tiempo real. La acción se ha desarrollado más o menos de la siguiente manera:

-          (Con la vista fija en la pantalla del móvil y expresión característica de quien ha sido pillado in fraganti.) Las dos y cinco.

-          (Contundente.) De eso nada, guapos, que son más de las tres.

-          (Respirón.) ¿Y cómo lo sabes si no llevas clepsidra, digo, cronómetro?

-          No tengo por qué llevar nada encima para que mi reloj biológico me informe en todo momento de la hora que es. Os lo puedo decir más alto pero no más claro. Hace más de (dirige la mirada al centro virtual de sus fragilidades) un cuarto de hora que dieron las tres en la Iglesia del Santo Cristo del Perdón.

-          Pero… en esta ciudad no hay ninguna iglesia con ese nombre. Me consta porque las he visitado todas.

-          No mientas como esos que tú y yo sabemos. Ni para ti ni para mí. Ni para mí ni para ti. Son las tres y las tres son.

Como Virgilio estaba derivando peligrosamente hacia los bajíos del retruécano, me decanté por no seguirle la corriente. Por ello cambié de tema con una de esas fintas dialécticas que bien la hubiese querido para sí Onesícrito de Astipalea, con perdón.

-          (Con expresión de falso interés.) ¿Sabes algo de la huelga?

-          (Sorprendido por lo inesperado de la pregunta, vacila un punto.) ¿Cómo voy a saber nada si hoy no he visto la televisión?

-          ¿Y qué has hecho entonces durante el tiempo que hemos estado fuera?

-          ¿Qué voy a hacer? Exactamente, el ganso. O sea: pensar y aburrirme, aburrirme y pensar. (Con la mirada perdida en ningún sitio.) O sea.

-          ¿Tú sabes algo?

-          Nada en absoluto. Vengo del cine.

-          Un poco achispado, parece.

-          Eso se lo dirás a todos.

-          No empieces.

-          De acuerdo. ¿Y qué película has visto?

-          “Azul oscuro casi negro”

-          Los colores de la depresión.

-          Y de la inminente locura.

-          Muy oportuna para los tiempos que corren.

-          ¿La locura?

-          Y la película.

(Pasa por entre ambos el ángel noctámbulo)

-          (Cayendo en la cuenta del desajuste dialógico.) Un momento. Aquí falla algo. ¿Quién hizo la primera pregunta?

-          Quien no estaba dispuesto a escuchar la necesaria respuesta.

-          Bueno, me voy a la cama.

-          ¿Te apetece algo antes de dormir?

-          Leche. Sí. Leche.

-          Nuevo retruécano o conmutación.

-          Eso. O sea. Eso.

-          Ahora te has vuelto palindrómico.

-          Leche. Leche fría.

Y sin dudarlo ni un instante he entrado en la cocina y he rescatado del frigorífico el cartón de leche de a cincuenta céntimos de euro.

-          ¿Del Mercadona?

-          No. Me he cambiado al Lidl.

-          ¡Ah!

Finalmente, allí mismo, en las profundidades de la cocina hemos sellado un nuevo pacto de amistad y no agresión, ni de palabra ni de obra. Ha sido, otra vez, Virgilio el que se ha adelantado:

-          Te he echado de menos. Pensé que habías ido a la manifestación y que te había detenido la policía.

-          Imposible. Mis pies no me hubieran dejado…

-          Ya. Lo tuyo, ¿no?

-          Sí. Lo mío.

Y en ese preciso instante la emoción me embargó más que los nuevos bancos-ONGs a sus morosos, después de haber probado todas las fórmulas, mágicas, de conciliación monetaria. Y al final no he podido reprimir el llanto. Y la vida es como es: azul, oscura… luminosa. Y Virgilio es Virgilio. Un hijo, un padre y un marido a la vez. Y nunca le estaremos lo suficientemente agradecidos por seguir con nosotros. (El tiempo es un polisíndeton).

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