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DÍA 31: Con Virgilio en el Sofá "EL HÁBITO HACE… AL ASESINO" por Miguel Ávila Cabezas

DÍA 31: Con Virgilio en el Sofá "EL HÁBITO HACE… AL ASESINO" por Miguel Ávila Cabezas

Yo no sé, Virgilio, si en verdad los mayas nos habían dejado impresa en su calendario la fecha (¿regeneradora?) del 21 de diciembre de 2012 como la última, la concluyente, la del fin del mundo. No lo sé, ni me preocupa. Yo sigo en lo que sigo, en lo mío que es lo tuyo, y estoy en lo que estoy, en el sofá de terciopelo rojo contigo, y aliento, aún, la esperanza no sólo de que Juan Ignacio Carrasco, de Peñíscola (Alicante), alcance el lunes 17 la condición de magnífico sino que el mismo día 22, viernes sin ir más lejos, pueda brindar contigo, y con la discreción que tanto nos caracteriza, el que por fin nos haya tocado la lotería (¿caerá el gordo este año en “el cenizo”?) y así pueda poneros un piso a ti y a mis libros, que bien que os lo merecéis, gato paciente.

Ni que decir tiene que el sofá de terciopelo rojo ocuparía posición preferente en la mudanza. Hoy, Virgilio, no voy a hablarte de los últimos infortunios y desmanes producidos acá y acullá por los de la cosa nostra, ni espero hacerlo en muchísimo tiempo a no ser que en su momento yo lo considere absolutamente necesario.

Te lo digo con toda la sinceridad de la que soy capaz, que no es poca; tú lo sabes. Y es que resulta que estoy harto, aburrido y cansado del mismo tema, un día tras otro, y de lamer también con expresión de poeta delicuescente mis espirituales heridas en “la soledad de mi gabinete”, que diría Aleixandre, Don Vicente, claro.

voy a referir hoy un suceso que se produjo exactamente anteayer, día 15, viernes también, en la multirracial y variopinta Norteamérica. Ocurrió en Newtown, Connecticut, a la hora (peninsular) exacta en que tiene su comienzo en la 2 nuestro programa favorito. No hace falta que te diga a qué programa me refiero, pero si no cayeras en la cuenta, te diré que se trata del que precede al de los animalitos, tan ingenuos e incautos ellos estén donde estén y vayan por donde vayan.

Supongo que ya te habrás enterado por la prensa o el telediario de las tres que en aquel lugar, donde nunca había sucedido prácticamente nada, pasó en menos de una hora el infierno tan temido, y a manos de un sujeto de 24 años por cuya desnortada cabeza pasaría…, yo no sé lo que pasaría por su enajenada cabeza para indiscriminadamente matar a tiros en la escuela Sandy Hook a 20 niños y seis adultos.

Un nuevo récord que sumar a los incontables logrados por la sempiterna locura humana. Yo no sé… No sé… Lo que sí sé, y no es un tópico, es que las armas de fuego las carga el diablo (las otras, las empuña) y quien posee un arma tarde o temprano la terminará usando y no precisamente para encender la chimenea o abrir avellanas.

Siempre se ha dicho que si un tonto se pone sobre su tonta cabeza una gorra de plato, al cabo del tiempo acabará creyéndose, como mínimo, general de brigada. Y tú sabes, lo mismo que yo, Virgilio, que los tontos con gorra de plato son legión “en este mundo absurdo que no sabe adónde va”. Pues por la misma regla de tres ese mencionado tonto, de punzante apellido y nombre de actor histriónicamente enamorado, con problemas de socialización, retraído como él mismo, delgaducho y pálido, cargó una mochila con su imaginario asesino y se disfrazó de Rambo para perpetrar la matanza.

De seguro que estaba resentido contra la humanidad y especialmente contra la madre naturaleza por no haberlo dotado con la elegancia de un Tom Clancy, la fuerza de Kratos, el valor de Nathan Drake, la inteligencia de Phoenix Wrigth, el atractivo culturista de Jonhy Cage y la sensual compañía de Chun Li. Ciertamente, Virgilio, lo que no te dan los videojuegos te lo proporciona la puta realidad. Y cada cierto tiempo hay alguien que levanta los ojos al cielo y exclama: “¡Ya me siento preparado.

Es la hora!”. Como en la Escuela Secundaria de Columbine o en la Universidad de Virginia Teach, también en los Estados Unidos de América, cuna de la democracia, patria de la libertad, engendradora fatal de la segunda enmienda. No te voy a preguntar ahora qué es lo que piensas. Tus dos ojos concretos me están dando la respuesta.

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