DÍA 18: CON VIRGILIO EN EL SOFÁ. LOS UNOS Y LOS OTROS por Miguel Ávila Cabezas
Este mundo en el que tú y yo vivimos, Virgilio, está atiborrado de canallas y mentecatos. No es que yo te quiera decir con esto que todos sus habitantes humanos (millón arriba, millón abajo) seamos unos canallas y/o unos mentecatos, pero bien es cierto que a partir de una determinada fase del ciclo natural de adaptación al miedo, y no te digo a partir de cuál pienso yo, lo necio y canallesco se revuelve en lo más profundo de nuestro ser pidiéndonos a puro grito que lo dejemos salir de una vez por todas al exterior para que así pueda libremente hacer de las suyas, que no son pocas.
La crueldad, la mala leche, la estupidez sin tasa ni medida por decirlo en su más clara acepción de uso, están impresas a sangre y fuego en nuestro código genético (¿el pecado original?) y son incontables las oportunidades que se le presentan a lo largo de una vida para revelarse en su más funesto esplendor. ¿Es el instinto de supervivencia lo que nos hace ser como somos? ¿A “salir de la madriguera con astucia, maña y desconfianza”? ¿Y qué sentido tiene tamaño sinsentido? Nos crecemos, somos grandes (dioses) en la maldad y la gilipollez. Ante el débil porque violentarlo nos hace fuertes; ante el otro porque el otro, como afirma Sartre, es el mismo infierno por ser a nosotros ¿diferente?; ante lo bello por el rencor a que nos mueve nuestra fealdad congénita, nuestra incapacidad de reconocernos como parte de un todo que es, como lo que fue, único; ante la libre y clara existencia, nuestra pulsión de muerte porque, ya lo dijo Freud, es tendencia inherente que nos impulsa a buscar más allá de esos límites físicos y temporales que tanto nos traen y llevan de dios en dios, de horca en horca y de contradicción en contradicción.
Una vez muertos, Virgilio, a nadie tendremos que darle explicaciones de nada de lo que en vida perpetramos e hicimos, ni de nuestros sueños ni de nuestros deseos más ocultos, ni de nuestra envidia ni de nuestro odio, ni de nuestra codicia ni de nuestra locura, ni tampoco de nuestros inconcebibles faltas que nunca recibieron el debido reconocimiento y la oportuna absolución, por lo que, a partir de ese punto de no retorno tendrán que pagar la hipoteca del convento los pobres inocentes que se hayan quedado dentro.
Es decir, tendrán que apechugar ellos con las consecuencias. De la siniestra fauna no puedo echar en olvido la peor especie de todas, la de los devoradores de almas que, por ejemplo, ante la candidez de quien ignora dónde se mete cuando enciende su ordenador y se conecta a Internet, noche y día están al acecho, siempre ojo avizor para en el momento propicio pegar la dentellada en la parte más endeble y así poder minar, poco a poco, la frágil capacidad de resistencia de presa tan vulnerable, la cual acabará siendo machacada en la tolvanera de una perversidad sin límite.(…)
Llevas razón, Virgilio, llevas razón. Todos ocultamos un algo turbio en la trastienda de nuestro particular negocio. Algo que no queremos que se sepa o se descubra, pero considerar por ello que el hecho de ir en el mismo barco (renqueante) también nos obliga a sentirnos dentro de un mismo saco me parece como mínimo de una frivolidad impropia en un gato de tu linaje. Y el que esté libre de pecado que arroje fuera de sí el sentimiento de culpa. Unos, por esto; los otros, por aquello.(…)
De acuerdo. De acuerdo. También sucede en la casa, el colegio y el lugar de trabajo, los tres pilares fundamentales en que se asienta el implacable sistema de acoso… y derribo del otro. Ahí tienes, sin ir más lejos, los ejemplos de Amanda Todd, de Karen Klein, de Tim Ribberink, de los crímenes de honor en ciertos países del entorno islámico, del caso de Malala Yousafzai, que por defender su derecho a estudiar fue tiroteada por un cretino integrista, de…, de los de aquí y de los de allí, de… (…)
Sí, mejor lo dejamos para otra ocasión que ya están los de “Saber y ganar” en “Cada sabio con su tema”. Delenda est Cartago.
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