CON VIRGILIO EN EL SOFÁ. DÍA 57: ALEA IACTA EST por Miguel Ávila Cabezas
La historia del cojo de Albolote, Virgilio, es motivo más que sobrado para que de una vez por todas te decidas a salir de tu refugio interneuronal y celebres junto a mí, pobre humano con aún más pobre vocación de santo bebedor, la agudeza de ingenio de este hombre de 51 años que en el interior de su pierna ortopédica distrajo en el mismo supermercado del pueblo de nuestra fértil, si acementada, vega 50 botellas de variados licores, de dos en dos en cada uno de los 25 viajes que hizo de la estantería al maletero de su coche y del maletero de su coche a la estantería donde las muy ladinas le susurraban sicalípticamente al oído: “¡Tómanos, tómanos! Somos tuyas. Solo tuyas”.
¿Y quién se resiste, entonces, al llamado del duro placer etílico? “Sí, tú”, me estás diciendo desde esos abajos. “Sí, yo”, te confirmo desde estas altas rocas innombrables, pero el porqué no es otro que el que imponen mi natural sentido de la moderación y mi endocrino de guardia, que al acecho están, ambos, las veinticuatro horas del día: “¡Cuidado, te estás pasando con el pan!”. “Pero si es un trocito de nada”.
“Sí… un trocito. Por un trocito se empieza y se acaba uno zampando la hogaza entera. Ayer, sin ir más lejos, cortaste a toda hostia dos rodajas de salchichón y te la metiste entre el pecho y la espalda de la insoportable gravedad de tu ser”.
“Ya estamos de nuevo con el plasta de Kundera. ¿Cómo quieres que te diga que en casa no entra chacina alguna desde que César pasara el Rubicón, allá por el año 49 a.C.?”. “Menos lobos”. “Es un decir”. “Y un tragar”. (…). De este estilo, Virgilio, son los encuentros y desencuentros que se consuman, un día sí y el otro también, entre los susodichos de la bata blanca y la mojigata, y yo.
Si cuando Él habitaba entre nosotros nuestro horizonte existencial se resumía en “ver, oír y callar”, ahora ya ni eso. Lo mejor será quedarse bien quietecito en casa, no vayamos a tonterías, que es como decir “no vayamos a pollas, ni pollas”, desemantizado oportunamente el viril vocablo, por algo uno es más granadino que Conchita Barrecheguren o que Jorge Fernández Díaz, nuestro incomprendido Menistro del Interior que un día se echara al monte orgánico para parir (¡parapanpanpán!) la nueva Ley de Seguridad Ciudadana con la que nos van a dar salchichón ultraderechista del bueno por alternativos, antisistema, perrosflauta, rastas, raperos, porretas, saltimbanquis, protestones de diversa laya, antidesahucios, jipis, reivindicativos habrasevistonohayderecho y gente de mal vivir.
Las cosas como son y como Dios manda porque, vamos a ver, ¿a quién se le ocurre en estos tiempos que corren salir a la calle a manifestarse por un trabajo o una vivienda que protejan de las inclemencias del no ser; a quién clamar contra la corrupción política y la de toda la vida, contra la insolidaridad y ceguera de sus conspicuos representantes, contra el secular bribonerío de los bancos… yo que sé…; a quién demandar derechos tan elementales como una educación y una sanidad públicas, dignas, igualitarias y universales…? ¿A quién? (…)
Por supuesto que la culpa de todo lo que pasa la tienen Zapatero, por lo que fue y no pudo ser, y también Julio César, por haberse decidido a pasar el histórico río del nordeste de Italia y dar con ello inicio a la Guerra Civil en la que llevamos inmersos más de dos mil años. (…) ¿Que desvarío? Eso es lo que tú piensas, Virgilio, pero que te conste que todo se halla interconectado desde el principio mismo de los tiempos: “Saber y ganar”, las concertinas de las vallas de Melilla que interpretan un “Mi carro” disuasorio cuando intentan saltarlas (las vallas) los del aquel lado para alcanzar este otro para ellos más que promisorio (¡?!), tú, yo, los treinta mil euros de multa al primer pardillo al que se le ocurra salir a la calle aunque sea para tirar la basura en donde corresponde, el melón de la infanta, la cadera del rey, los falsos maletines de UGT… y hasta el mismísimo cojo de Albolote con sus 50 botellas de variados licores y su pierna cómplice.
Y si no, ya lo verás cuando se acabe la película y El Gran Operador nos la proyecte el Día del Juicio en la pantalla morfogenética del Valle de Josafat. A más de uno (y de dos) se le va a caer la cara de envidia y de vergüenza. Lo que Nietzsche y yo te digamos: El eterno retorno. ¡Menuda cruz! ¡Un tótum revolútum! (…) Por cierto ya hablas, ¿no? Aunque sea en sordina. (Entra dentro de la casuística).
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