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DIA 5: CON VIRGILIO EN EL SOFÁ por Miguel Ávila Cabezas

DIA 5: CON VIRGILIO EN EL SOFÁ  por Miguel Ávila Cabezas

DÍA 5: Ayer domingo, antes de que dieran las diez de la noche, el Granada C.F. se salvó por tres minutos y medio de bajar al séptimo círculo infernal de la 2ª división. En lo que dura un suspiro el universo puede hundirse en el colapso definitivo y, por esas cosas del azar o del destino (un balón emponzoñado al poste y un remate de cabeza de uno que pasaba por allí), se pueden perder por el sumidero de la Historia Nacional la ilusión y expectativas de miles de personas cuyo sentido vital no es otro que el que implacablemente toma el balón camino de la red.

Menos mal que a unos quinientos kilómetros de distancia la bota de uno que también pasaba por allí, al que llaman Falcao y, para más señas, del Atlético de Madrid, nos salvó in extremis de la débâcle. “¿Te imaginas, Virgilio, la que se hubiera armado si al delantero colombiano no le hubiera dado por empujar el esférico a donde en justa lógica correspondía, es decir, al fondo de la portería contraria?”. Entonces Virgilio me mira con su milenario escepticismo rayano en el insulto y como única respuesta me lanza su habitual tirada reduplicativa: ronrón ronrón.

Es sin embargo tal la fuerza de mi enardecimiento que no caigo en la cuenta de que, fiel a su condición gatuna, a Virgilio jamás le ha gustado el fútbol sino el criquet, el tenis de mesa y el chessboxing, y en este orden de preferencias antagónicas. A Virgilio le van los extremos como a mí, dicho sea en el mejor de los sentidos, los delanteros centro. “¡Salvados, salvados, estamos salvados!”, gritan a los cuatro vientos de la recesión y la prima de riesgo avecindada con los cirrocumulus las multitudes enardecidas. ¿Salvados? El día en que bajemos a la división inferior nos vamos a enterar de lo que vale un euro. Y ya falta muy poco, dicen por ahí.

En fin, no conviene ser derrotistas. Al menos tenemos toda una liga por delante para corregir errores y desfacer entuertos, bien sea echándose al monte o bien invocando el auxilio de aquel caballero de la triste figura que salió al mundo y se lo encontró hecho unos zorros (y unas zorras). “¿Y tú qué opinas, Virgilio?”. Y Virgilio ni se digna mirarme. A saber lo que se estará cociendo en su inextricable cerebro. Falta muy poco para que dé comienzo el programa y ya me estoy quedando dormido…

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