DIA 42. CON VIRGILIO EN EL SOFÁ. "MEMENTO HOMO " por Miguel Ávila cabezas
En verdad en verdad te digo, dilecto Virgilio, que la renuncia al solio de San Pedro por Benedicto XVI a todos nos ha cogido desprevenidos y, por qué no decirlo, nos ha conmocionado en una u otra medida. Ciertamente nadie se esperaba que el infalible representante de Dios en la Tierra (¡ahí es nada!) en el día de ayer (siempre es hoy) anunciara, urbi et orbe, que lo deja, que ya no se siente con fuerzas para ejercer debidamente el ministerio petrino (¡¿!?), que no tiene cobertura, que ha perdido la conectividad con el más allá y que, para más inri, se está quedando sin batería. Por la gran carga dinámica que ha tenido que soportar durante sus ocho años de pontificado la fatiga sufrida por el material humano del que también está hecho el Santo Pontífice lo ha empujado, digámoslo con todas las letras, a dimitir. Han sido más de veinte viajes y peregrinaciones jubilares, tres encíclicas, la pesadísima losa de los innumerables casos de pederastia destapados en el seno de su Iglesia, que, por otra parte, él en cierta ocasión llegó a justificar, pero sólo casi y para los cometidos hasta los años 70; también ha sido el caso VatikanLeaks y los papeles filtrados por su mayordomo Paolo Gabrielle, las luchas intestinas por el poder y, no se nos olvide, su avanzada edad, su artrosis, su hipertensión y su diabetes la espoleta que ha detonado el proyectil de su inminente partida, sin retorno, a un convento de clausura donde dedicará el tiempo que le quede a escribir y a rezar. ¿Qué te parece? ¿No consideras ejemplar su decisión? ¿Un modelo a seguir? Otros, por mucho más, aunque con menos encíclicas y latines a sus espaldas, se aferran a la poltrona como los chotos a las cabras o, pongámonos alexandrinos, como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca. Y no digo nombres porque ya el personal estará más que harto de escucharlos, saberlos y arrastrarlos en su imaginario común tocado resueltamente por el estupor, la rabia y la indignación, tres en uno y la musicalidad que vaya siempre por delante. ¡Ay, Virgilio, no somos nadie y menos frente a las desnudeces de nuestra terrenal fragilidad! Si ya nos lo recuerda el Génesis, en su capítulo III, versículo 19: Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris. Y nosotros dale que te pego, sin querer enterarnos de la película, pensando, unos, en la eternidad de nuestros vicios y creyendo, otros, en la impunidad de sus infamias. ¿Tú consideras que la última de Benedicto XVI es un aviso para navegantes? Vamos, di algo que estás de un pasotismo que clama al cielo. ¿Qué te pasa que ya ni siquiera dices “esta boca es mía”?
- ¿Sabes lo que me gustaría?
- ¿El qué?
- Que este sofá de terciopelo rojo en el que desaguas tanta cavilación y desespero se convirtiera en una nave espacial que nos llevara a ti y a mí más allá de Orión para ver atacar las naves en llamas y brillar rayos C en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser.
- Pero eso lo dice Roy Batti, el replicante de Blade Runner. ¿De nuevo vuelves a la intertextualidad?
- ¿Qué intertextualidad ni que príncipe destronado? ¿No te aburre tanta rutina: el cafecito de la sobremesa, los rollos metafísicos que me marcas un día sí y el otro también en este deslucido sofá y, como remate, un “Saber y ganar” lineal, abúlico, con concursantes que no superan el reto a la primera de cambio o que a la hora de hacer las cuentas son más lentos que un submarino a pedales? ¿No te parece que ya es hora de pasar a la acción?
- ¿Pero de qué acción hablas? ¿Es que no estás a gusto aquí?
- No. No estoy a gusto. Ni me siento gato ni me siento hombre ni nada que se le parezca a ambos. ¡¡Quiero marcha!! Venga, mueve el culo y acompáñame a los contenedores.
- ¿Y qué vamos a hacer allí?
- Ver el mundo.
- ¿El mundo?
- Sí, el mundo.
- ¡Ah!
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