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MATRIMONIO Y FELICIDAD por Juan de Dios Villanueva Roa

MATRIMONIO Y FELICIDAD  por Juan de Dios Villanueva Roa La polémica está en la calle, por semanas, porque va cambiando como cambia la luna, y cada semana toca montar un pollo, eso sí, con excursiones de miles de personas que, sin embargo, sí creen firmemente en lo que hacen. La polémica la va montando un partido, el popular, que no se resiste a creer en las urnas si no es él el ganador, que no se resiste a acatar civilmente lo que la parte cívica de esta sociedad le manda desde su voluntad. Y así, semana tras semana ha venido montando polémicas y multitudinarias manifestaciones en Madrid, en Salamanca, y creo que se están pensando montar una por las calles toledanas, lo que pasa es que van a esperar a que refresque un poco, por que la fe mueve montañas pero las altas temperaturas y la sequía las convierten en arena del desierto.
Y en medio de esta feria de follones dirigidos se plantó la iglesia católica, que en otros tiempos estaría sacando los santos a la calle para pedir esa lluvia tan necesitada. Ahora unos cuantos representantes eclesiásticos han decidido recriminar a quienes no quieren seguir sus directrices, lo de aquello de haced lo que digo... Y se han plantado en Madrid a buscar un poquito de erosión al gobierno por el tema de los matrimonios entre personas que al tener el mismo sexo dicen ellos, los obispos, que no pueden procrear, que eso va en contra de sus principios, de los de los obispos. Claro es el tema, por eso no creo que ninguno de ellos, de las gentes del mismo sexo que finalmente decidan unir sus vidas, porque se quieran y esas cosas, vaya a ir a uno de estos obispos para que los casen, y es que me tengo creído que pasan de ellos, de los obispos, un rato, y de algunas de las prácticas que preconizan, que a lo mejor no de otras. Resulta que la Iglesia, así, con “I” mayúscula, es algo mucho más serio que estos señores de faldones y dorados, que viven en palacios que costeamos todos, comiendo los mejores manjares, los mejores dulces, de labios rojos y carnosos, de grandes y poderosos coches, de gustos exquisitos, de sonrisa cándida y púrpura purpurada; la Iglesia es la de los curas obreros, la de los fieles que se van a ayudar a quienes no tienen nada, la de quienes dan su pan y su vino a quienes lo necesitan, aunque sean homosexuales, la que respeta a quien respeta, la que ama a su prójimo sin siquiera pedirle que piense como él, la del que tiene la paciencia de escuchar sin gritar después, sin querer poner penas a los demás, sin desear mal ni pena ni tristeza, ni exclusión a nadie, aunque quieran a quien es como él o como ella, habría que escuchar a los curas de pueblo, a esos que aún pasan hambre porque reparten sus miserias, esas que les hacen llegar sus jefes, con quien ni siquiera tiene esas miserias, y a los que cada mañana se despiertan con la mente puesta en el problema de otro en el que dejaron la oración y también los hechos la noche anterior. Esa es la Iglesia a la que yo creo que se precisa escuchar, y a esa yo no la he oído en este tema de las uniones de lesbianas, de homosexuales, porque la palabra en este caso, la de matrimonio, sólo es, nada más y nada menos, que la que ante la ley de los hombres formaliza una serie de derechos de quien la recoge, de gentes privadas que no van a restar ni un milímetro de derechos a quienes ya los poseen; vamos a dejar las leyes divinas a Dios, que sabrá llevar con sus designios el agua al molino que corresponda, y si no se cree en Dios pues entonces vamos a dejar que el respeto, que el amor, que la responsabilidad y que la ayuda al otro, a la otra, sea imperante en esta sociedad, sin echar más basura en ella, que ya tenemos bastante con quienes, además, se empeñan en joderle la vida al prójimo, que por definición es quien tienen más cerca. ¡Ah! Y mientras que esas bases de respeto y amor sean las que soporten a las parejas pues que cada cual se la busque o se lo busque donde quiera, que no hay nada más enorme en esta vida, que son dos días, como la libertad y la felicidad.

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