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Motril@Digital

No solo se vive a la búsqueda del tiempo perdido como en el gran libro de Marcel Proust, también se vive a la búsqueda de la ciudad sepultada entre los materiales de derribo del progreso. Ha desaparecido la ciudad de nuestra infancia y juventud. Es preciso, es necesario reconstruirla para que tenga sentido parte de nuestra existencia.

Y en una nueva ceremonia del lenguaje y de la memoria nos decimos: allí estaba el lugar desaparecido y sin embargo evocado, porque lo que se evoca con el lugar es alguna experiencia vivida. Decimos cada vez con más frecuencia que en esta calle estuvo la casa de la Inquisición, en esta otra los Hospitalicos, en esta plaza el Motril Cinema y allí la ermita de San Sebastián a la salida de Motril.

La historia de toda ciudad es una historia de superposiciones. Si fuera no así, todas las ciudades serian radicalmente antiguas o radicalmente modernas.

Y de verdad que no hay ceremonia más cruel que la de reconstruir la fisonomía de las ciudades que fueron haciéndose diferentes en su crecimiento. En esa crueldad siempre habita una protesta, acaso romántica, acaso nostálgica: nos resistirnos a que las cosas cambien. Pero indudablemente cambian, pese al empecinamiento de nuestra memoria afectiva. Lo terrible no es que cambien sino que los cambios significan muchas veces las expulsión del hombre y si no del hombre si de la escala humana. Motril de los años 60 y 70. La plaza de las Palmeras y sus puestos de melones y sandias, la plaza de la Aurora y su fuente, la Casita de Papel, el Rin Bar, el Costa Nevada, el Centro Cultural Recreativo…. Topografía reconocible aun un poco hoy y no obstante tan distinta. Ni siquiera los viejos burdeles están donde estuvieron y algunos de los familiares, amigos y conocidos cometieron la injusticia de morirse sin advertirnos a tiempo. Con ellos se fue algún fragmento de nuestra ciudad.

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