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Motril@Digital

Si seguimos hojeando mentalmente ese abultado álbum de fotografías motrileñas del pasado almacenado en nuestra memoria, cada una de las imágenes rememoradas se convierten en ejercicio de la evocación, ya que cuando desparecen los referentes de la topografía urbana almacenada en nuestro cerebro, debemos imaginar lo que fue. Y lo que fue choca y contrasta con lo que hoy es.

            Los años de mi infancia en Motril tienen algunas fotos fijas e incanjeables: la calle de las Cañas, la calle de las Monjas, la Esparraguera, la placeta Casado, las ramblas del Manjón y Cenador, la placeta de Falange, plaza de la Victoria por el Colegio de los Frailes o el paseo de Las Explanadas.

            Un Motril en el que la noche empezaba mucho más pronto que hoy. Y precisamente en la noche de la memoria surge el recuerdo vago del abuelo que, socarrón como los viejos motrileños, hablaba de una ciudad en cuyos portales amarraban las bestias. Ya no amarran las bestias frente a las puertas de las casas y el abuelo venia de esa Arcadia, de ese Motril del siglo XIX y se sorprendía ante la evidencia del nuevo tejido urbano. Para aquel hombre, la ciudad no era ya lo que había sido, era la ciudad de sus hijos que un día dejaría de ser de ellos porque empezaba a ser nuestra. Y ahora, la ciudad ya no es, 40 años después, lo que era para quien esto escribe. Todo progreso es indudablemente una expropiación.

Mi tío leía en la puerta de la antigua casa familiar de la calle de las Cañas el viejo Faro de los años 60, pero ese periódico ya no existe, duerme amarillento en las hemerotecas, ni nadie se sienta ya a la puerta de ninguna de las casas de la calle donde vivíamos. Mis tías proponían ir a San Antonio, pero el transito hasta allí de ahora ya no es apacible sino tortuoso por el denso trafico. El tío abuelo contaba sus hazañas en la guerra de Marruecos, pero ya hace mucho que murió y la casa donde vivía ya no es una casa sino un edificio de apartamentos. La nueva imagen de la ciudad modifica la estampa de la memoria.

Las brisas de los atardeceres veraniegos soplaban en un paseo de las Explanadas libre de grandes edificios y podían llevarnos a las Angustias o a San Nicolás casi en un recorrido a campo a través, pero esa topografía ya no figura en el nuevo trazado urbanístico.

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