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"Motril, la ciudad invisible". Por Manuel Domínguez García

"Motril, la ciudad invisible". Por Manuel Domínguez García

Pensé titular este artículo como “El Motril que fue”, pero al final decidí llamarlo “Motril, la ciudad invisible” al modo de la obra homónima de Italo Calvino en la que el protagonista llega a la ciudad soñada y nos enseña que los deseos son ya fundamentalmente recuerdos.

            Y es que las ciudades viven en nosotros como los amores, son lo que fueron y lo que quisimos que fueran. Como en el amor, las construimos con el afecto y parecen borrarse a veces del recuerdo, pero reaparecen casi siempre en el acto involuntario de la memoria. Preferimos verlas como las amamos y no como nos las cambiaron en el transcurso del tiempo.

            Aunque sufran metamorfosis, son casi siempre lo que fueron en los recuerdos de la infancia; aunque crezcan o se degraden, siguen ahí perennes en nuestra mente como una topografía inmune a las variaciones impuestas por el tiempo y por los hombres. Una ciudad es en principio el espacio de la infancia, de los amores, de la amistad, de la familia. Topografía y arquitectura se vincularan así siempre al universo afectivo de los hombres y la ciudad, nuestro Motril, acabará convirtiéndose en una “fundación mitológica”, es decir en un espacio sin tiempo.

            En nuestra memoria, la ciudad en la que hace años vivimos y amamos no existe ya bajo la engañosa idea del progreso. Al resistirnos a ver Motril como lo que ha llegado a ser, congelamos su imagen en una foto fija que nos habla de lo que fue. Objeto de nostalgias, nuestra ciudad deja de ser una topografía urbana para convertirse en una topografía afectiva y emocional. Ciudad antigua, ciudad moderna, ambas son refundidas por la memoria para obtener nuestra propia imagen subjetiva.

            Pero ese grueso álbum de fotografías mentales que nos enfrenta al Motril en el que vivimos a través del tiempo, nos enfrenta también a las ficciones de nuestra memoria, que nunca se corresponden con un mapa real. Recordamos sin duda lo que deseamos recordar y precisamente por ello las ciudades recordadas son sometidas por nuestra mente a quiméricos recuerdos, a una poética que la memoria iconográfica reconstruye con el deseo y la añoranza.

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