Este diario ha tenido la capacidad, por obligación y por sentido común, de bucear en un asunto tan novedoso como desconcertante y, con el ROM en la mano (el reglamento que rige la forma de proceder en plenos municipales y demás) y con el asesoramiento de una eminencia en materia administrativa, José Torné, intentamos aclarar este pequeño embrollo que supone que un alcalde se tenga que bajar el sueldo no por gusto, sino porque se lo piden los concejales (no los de su partido, hasta ahí podíamos llegar), pero sí el resto del Consistorio, erigido en mayoría gracias al voto disperso, tránsfuga si quieren, de la ex socialista María Bella Camacho, aupada al rango de bisagra de una acción de gobierno insólita.
Pero por muy extraño o novedoso que parezca este asunto, la reacción del alcalde de negar la mayor tampoco tiene precedentes y, cuanto menos, no le deja en una posición muy cómoda ante sus ciudadanos y votantes. Hubiese sido mejor acatar la decisión y demostrar a la ciudadanía que en estos tiempos de crisis y cinturones apretados cualquier sacrificio es poco, pero en lugar de ello ha optado por seguir la recomendación del Interventor, funcionario que se ha preocupado, esa es la verdad, de intentar sacar a flote una quiebra del sistema para que tal decisión plenaria no tenga efecto. Lo que no se dice en todo este asunto (y así lo reflejamos en la información de nuestro diario) es que, para deshacer la decisión del pleno hay que interponer recurso contencioso administrativo. Es preciso recordar que las decisiones tomadas en un pleno son de obligado cumplimiento, y el del sábado fue un pleno extraordinario convocado legalmente en tiempo y forma, con los puntos del orden del día conocidos por todos los concejales y con la capacidad plena de todos los miembros para votar en conciencia. Nadie, repito, nadie impugnó ninguno de los puntos a priori, antes del comienzo del pleno, por lo que es correcto entender, por tanto, que cada uno de esos puntos era merecedor de tratamiento, debate y posterior votación. Incluso las decisiones posteriores sobre la legalidad o no de modificar la plantilla de personal eventual es desacertada porque, aunque el Reglamento indica que hay dos momentos para ello (primer pleno de la corporación recién elegida o pleno de presupuestos), parece que alguien no ha leído todo el texto del articulado, que más adelante reza que las modificaciones de plantilla podrán realizarse en convocatoria extraordinaria, con la anuencia de todas las partes en comisiones informativas. Una vez más, en este punto nadie propuso impugnar el proceso por lo que, con la legislación en la mano, la aprobación del mismo ha de ser efectiva.
Esta constancia en defender lo que parece indefendible, en huir hacia adelante en un intento de demostrar que si me quiero bajar el sueldo lo solicitaré yo mismo, no es más que una demostración palpable de que el actual alcalde de Santa Fe vive de espaldas a la realidad. Lejos de considerar el pleno del sábado como una encerrona o una estrategia de populares y tránsfugas para acorralar al primer edil (si alguien tiene este pensamiento debería mirárselo), tenemos que pensar que estas posturas rayan en lo caciquil y latifundista, en lo imperialista y burgués, conceptos estos muy alejados del ideal de izquierdas, acostumbrados históricamente a utilizar la palabra "progreso", pero al parecer sólo para sus intereses.
Si bien es cierto que en todas partes cuecen habas, la cruda realidad le ha dado un bofetón a quien, por despiste o suficiencia, no se esperaba este resultado. Es más, dice José Torné que pocos o nadie han reparado que esta modificación del sueldo del alcalde no es una ilegalidad o irregularidad al uso, esto es, nos enfrentamos a un caso en el que nadie ha pedido que se suba el sueldo, sino al revés, que se lo baje, lo cual no implica, como es lógico, una merma en las arcas municipales sino todo lo contrario. Una decisión que resulta beneficiosa para la ciudadanía y, al parecer, no demasiado perjudicial para el afectado (con 23.000 euros anuales no se vive en la indigencia) debería ser acatada sin más. Pero al parecer, Santa Fe también tenía que ser cuna de la sinrazón, el despecho y la pataleta. Bueno, en eso no es cuna, pasa en todas partes.
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