Cuento para Momo de Juan Mateo López
Érase una vez una chinchilla llamada Momo que anduvo saltarina e inquieta en busca de comida, tras escaparse de la jaula que su amo le había comprado para que durmiera a lo largo del día.
Las luces multicolores de un letrero de neón que por la noche se colaban por la ventana, le daban a la habitación de Momo un ambiente alegre y divertido. Momo se sentía feliz. En uno de sus esquivos y nerviosos movimientos se topó con un ratón de los bajos fondos del barrio chino tibetano.
Momo.- ¿Qué haces aquí ratón de escaso pedigrí?
Ratón.- Quería enseñarte mi esbelta figura ratonera para que claudicaras rendida a mis pies y me suplicaras que fuera tu amigo.
M.- Ja, ja…alucinas en colores. Yo no me relaciono con perlas de cola que son de pura imitación.
R.- Pero has de reconocer que soy una perla y además única. Pura artesanía genética. Toca, toca y tiembla de gusto.
M.- Uhhhhhh que tacto más delicadamente rústico del pesebre de los jamelgos de poca monta.
R.- Pues sí, los mismos que el Lama utilizaba para cabalgar en sus lomos camino de Lhasa, antigua ciudad del Tibet. Son caballos cuyo espíritu vuela por encima de los picos del Himalaya a más de 3.600 metros de altura, en busca de la ciudad de los Dioses.
M.- Redie, cuanto sabes. Dónde has aprendido toda esa palabrería de memoria fotomatón.
R.- Cultura que me ha dado la universidad de las alcantarillas, contenedores de basura y demás lugares lleno de manjares apetitosos y de fino paladar.
M.- Pues yo tengo hambre. El cacho perro de mi dueño se marchó de vacaciones y me puso comida y agua para tres días y ya han pasado siete.
R.- Te das cuenta. ¿De qué sirve todo tu alto rango de chinchilla hogareña si después no sabes cómo sobrevivir?
M.- Camine, salte o trote vuecencia ratonera que le sigo presta y sin perderle vista camino de la cloaca más apetitosa.
R.- La noche es joven vivámosla como verdaderos crápulas.
M.- Yuuuuuuuuupiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
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