CON VIRGILIO EN EL SOFÁ por Miguel Ávila Cabezas
DÍA 1: Hoy Virgilio vino echarse a mi diestra en el sofá de terciopelo rojo. Ciertamente yo no lo esperaba pues él sabe sobradamente que cada cual es dueño y señor del espacio que le corresponde en suerte vital, y de la misma manera que nunca se me pasaría por la nevada cabeza ocupar el suyo, por ejemplo, elucubrar escatológicamente en su terrario, donde no habitan reptiles ni anfibios sino los eventos consuetudinarios que acontecen después de la digestión de su pienso para gatos esterilizados y con tendencia al sobrepeso, no veo por qué motivo él tiene que hacerlo con el mío aprovechándose de que en tal momento no estaba yo muy ojo avizor que digamos por más que enfrente tuviese a un cada vez más rejuvenecido y eternamente optimista Jordi Hurtado bregando en la pregunta caliente con los tres concursantes de “Saber y ganar”.
¿La procesión va por dentro? Virgilio es más listo que el hambre que él nunca pasa y aprovecha la ocasión en que yo me comienzo a ir, flotando, por el abismo del sueño para echarse en el sofá, a mi diestra, y, claro, ponerse a ronronear que es lo que sin duda más me embelesa, más, incluso, que el hecho mismo de que, al primer envite, el ganador del reto acierte el enigma planteado en la parte por el todo.
Y ante tal tesitura qué puedo hacer sino ponerme a acariciarle el lomo grisperla al ritmo concorde y mecánico que él va marcando con su ronroneo… ¿Qué hacer entonces, insistís? Nada: dejarse caer y callar, caer y callar pues a fin de cuentas, tal y como está de intervenido el patio, de un momento a otro el mundo se puede acabar. “O los ahorros que no tienes te los pueden quitar”, me susurra al oído el gato ausente. “Fíjate en lo de Bankia”, añade. “¿Lo de Bankia?”, le pregunto, sin caer de momento en la cuenta de que he iniciado un diálogo letárgico con un minino doméstico y bribón. “Sí, lo de Bankia, ¿es que no te has enterado?”. “Bueno algo he leído recientemente en la prensa.
Parece que ha dimitido su presidente a cambio de un quíteme usted allá esos millones en Educación y Sanidad para inyectárselos en pura vena financiera más rápidamente aún que el caballo del bueno, que, en palabras de San Juan de esa Cruz tan grande en la que nos están clavando los de allá arriba, siempre le da a la caza alcance, que es como decir que nunca ceja en su empeño de pillar al malo a fin de que el pistolero ecuánime le dé su justo merecido en plomo, por truhán y malnacido”.
“Se puede decir más alto pero no más claro”, remacha con el tópico Virgilio, y añade preguntando tras un receso en su ronroneo: “¿Y quiénes crees tú que son los malos de la película, los truhanes y malnacidos de los que hablas?” “Quiénes van a ser, Virgilio, nosotros, los que no nos podemos evadir de la realidad por mucho que al silencio le hablemos por el móvil como parece que, congelado en ese microsegundo ya convertido en un rato eterno, está haciendo el saliente presidente en la foto de portada. ¿Estará pactando el monto de la indemnización millonaria por haber sido “obligado” a dimitir? Tú qué opinas, Virgilio”.
“Yo no opino nada, que después todo se sabe y pueden venir a buscarme los sicarios de la cosa nostra. Por cierto, ¿te acuerdas de la frase aquella que en 1976 pronunciara aquél (q.e.p.d.); lo de “la calle es mía”? Pues, como no os deis prisa no es que la calle vaya a ser de ellos (que siempre lo ha sido) sino que también se apropiarán definitivamente de vuestra dignidad como lo están haciendo con vuestro futuro. Bankia es una banderilla más de las muchas que os han clavado en el lomo agora acobardado y otrora complaciente”. “¡Cuán difícil me lo ponéis, amigo Sancho!”, le endoso a la guisa cervantina.
“Querido Max, no te pongas estupendo, y deja de sobarme el lomo, que ya ha terminado el programa cómplice de tu sopor y va a dar comienzo “Aquí no hay quien viva”.
Así que ahí te quedas que yo voy a ver qué cuentas incluyen los activos fijos de los contenedores. Por cierto, ¿te has dado cuenta el apellido tan raro que tiene el sustituto del que habla eternamente por el móvil mirando hacia ningún sitio?” “Ya. Impronunciable -le respondo de nuevo-. Será para despistar”, le revelo. “Eso será”, concluye Virgilio. “Agur, machote”. Y como el valentón de marras, el minino incontinente, / caló el chapeo, requirió la espada, / miró al soslayo, fuese, y no hubo nada. (Cervantes, por supuesto).
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