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DIA 6: CON VIRGILIO EN EL SOFÁ por Miguel Ávila Cabezas

DIA 6: CON VIRGILIO EN EL SOFÁ  por Miguel Ávila Cabezas

DÍA 6: “Hay que ver, Virgilio, cuán simples y superficiales me parecen los perros que llevan a sus dueños (y dueñas) de una correa atados al cuello por el Paseo de la Marina. Toda una vida, de perro, dedicada casi exclusivamente a olisquear y más olisquear, a mear y más mear, a comer y más comer, y a defecar en ese tan inoportuno momento en que no hay bolsa en que guardar la prueba irrefutable de su canina condición, la del delito defecatorio.

¿Y cuando uno de sus congéneres se cruza en su horizonte de sucesos? Nunca he llegado a entender su reacción alérgica, es decir, ese su afán en abroncarse mutuamente con ladridos intraducibles y en irse los unos a por los otros, y viceversa, con más histrionismo que valiente decisión. Y qué distintos sois vosotros los gatos, Virgilio, tan pintureros, tan, como diría el otro, exteriores y, en boca del castizo, tan "ehtilozoh".

Siempre que me cruzo con vosotros, ajenos, inmanentes, estáis como para una foto de un reportaje tipo fashion de Christian Dior; sí, el mismo que os hizo para que, cuando os viene a lo mejor en gana, seáis acariciados como uno desearía en verdad hacerlo con un tigre de Bengala, por citar. Y sobre vuestras deposiciones, para qué extenderme. Cuando hacéis eso, la discreción, el apartamiento y la apostura adornan vuestra pulcra divisa; sí, cagar en la soledad de vuestro gabinete, que diría el otro... poeta, viene a ser lo mismo que hacerlo con el poema mismo, tirando de ese primer verso parasimpático que los dioses graciosamente, según Valéry, nos conceden.

En fin, ¿tú qué piensas de esto que digo, Virgilio? Más que "exterior" te percibo ahora intrínseco. No estarás... deprimido”. Y Virgilio, abriendo tan sólo uno de sus ojos color amarillo-ocre, me mira como el que mira la caquita de un perro no retirada del paseo por el criado negligente, tras haber sido pisada por el incauto peatón. Y entonces dispara sin misericordia: "Esta vez no te voy a preguntar de qué errática neurona perdida en la inmensidad de tu vacío cerebro sacas tanta versación para tan nula semántica.

No quiero saber nada de vuestras cogitaciones escatológicas en torno a perros y gatos antitéticos. Que sepas, si es que en algo tienes capacidad para ello, que en asuntos excretorios vosotros, los humanos, sois los primeros inconsecuentes pues no paráis de pisar una y otra vez la misma mierda”.

Dicho esto, cierra el mencionado ojo y vuelve a su soledad y sus asuntos. Y yo, nuevamente, me quedo de piedra, tal un moái rapanui mirando hacia el vacío cuadrangular de la televisión. (Después de “Saber y ganar” emiten uno de buitres necrófagos). Sin embargo, no me resisto a hacerle un último envite. “¿Y a qué mierda te refieres, si puede saberse?”. Y Virgilio, sin dignarse siquiera a abrir ninguno de sus ojos, muy a pesar de que hoy se ha atiborrado de puré de lentejas, me responde con su proverbial estilo: “¿A qué mierda, preguntas? ¿Quieres en verdad saberlo? Pues te lo voy a decir. A la que ciscan vuestros perros amos en vuestras cobardes existencias. Ya no quedan bolsas de plástico para recoger tanto excremento. Toma nota”. Y vuelve a continuación a lo suyo, que vaya usted a saber qué sea. Este Virgilio está últimamente de un impenetrable que para sí lo hubiese querido Santa María Goretti, laica y mártir italiana. (Vid Wikipedia).

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