"El pastel de Santa Fe" por Jesús Cascón Murillo
No es la primera vez que escribimos sobre el sainete de Santa Fe, donde los ciudadanos, votantes de unos y de otros, están pagando el pato de algo que viene de lejos, no es nuevo. Está cimentado en un contubernio orquestado desde instancias políticas, amparado por el acopio de poder de un partido que, día tras día, está quedando en evidencia, queda ante la opinión pública como un manojo de intereses partidistas, un constante gobernar para los suyos en exclusiva y un cumplimiento absoluto de la máxima que indica que los gestores públicos se pueden endeudar porque ya vendrán otros a arreglar las cañerías.
El alcalde de Santa Fe, Sergio Bueno, tiene un problema. Bueno, tiene bastantes, pero uno de ellos es de una dimensión tipo Google Earth: se ve desde el espacio exterior. Ese problema se llama Aponte, su mano derecha, su lugarteniente y el que peores consejos puede dar ya que su paso por la Diputación de Granada no le da prestigio ni poder, precisamente, para dar consejos, sobre todo en lo económico. Calificado como pésimo gestor, inexperto e inepto en elaboración de presupuestos y servil como pocos, ha trasladado su peculiar forma de hacer las cosas desde el edificio provincial hasta el Consistorio capitular, donde la herencia dejada por las huestes socialistas en estos últimos años no tiene nombre.
Da miedo mirar las cifras, pero más miedo da pensar cómo se ha podido llegar a esta situación. Santa Fe tiene deudas por valor de trece millones y medio de euros. Se dice pronto. Los responsables son los mismos que hay ahora, no son otros, pero como la gobernabilidad del ayuntamiento se ha ido al garete por mor del transfuguismo (que a su vez surgió por la incapacidad manifiesta del equipo de gobierno de hacer unas cuentas realistas donde se contenga el gasto y se incremente el pago a proveedores), ahora se demanda una locura tan estrambótica como falaz: pretende Bueno y los suyos adelantar elecciones, con la que está cayendo. La norma dice que la imposibilidad de gobernar lleva consigo la dimisión de los cargos de responsabilidad, ni más ni menos. Si Bueno no puede, que deje su sitio a otro que tenga capacidad de diálogo, consenso con el resto de fuerzas políticas para llegar a un consenso global que saque los asuntos complicados adelante. No hay más, caballero. Pedir chorradas está fuera de lugar.
Lo que no está fuera de lugar, ni muchísimo menos, es el papelón que han hecho estos dirigentes, que tarde o temprano, como ha pasado en Armilla, ponemos por ejemplo, tendrán que explicar. Cómo se llega a deber tanto dinero y como consecuencia de ello cómo no se les cae la cara de vergüenza. Por si fuera poco, miran al frente y se encuentran con los populares, a los que acusan de todo, de poner la zancadilla, torpedear su gobierno e intoxicar al ciudadano con mentiras.
Si decir con luz y taquígrafos que el ayuntamiento está en bancarrota es intoxicar, la consecuencia es que los gobernantes santaferinos no distinguen acoso y derribo con labor de oposición. Pasa en todas partes. En Santa Fe, además, pasa otra cosa bastante curiosa: el alcalde suelta perlas y luego tienen que salir otros a decirle que no, que no se las invente, que aunque la cosa esté mal tampoco es como para poner el grito en el cielo. Bueno saltó a los medios acusando al Gobierno de Rajoy de embargar el 60 por ciento del presupuesto consistorial.
Ni embargo ni sesenta. Es el cincuenta por ciento de lo que se vaya a ingresar, esto es, una medida necesaria y urgente para que los proveedores puedan ir cobrando poco a poco sus facturas. Vamos, lo que tenía que haber hecho el gobierno municipal pero no le ha dado la gana. ¿Verdad, Aponte?
Las cosas claras: el gobierno socialista de Santa Fe está condenado al fracaso, ninguno de sus gestores va a sacar rentabilidad política siguiendo erre que erre, aferrados a sus cargos como lapas. Al contrario, el desgaste es evidente. Y al margen de lo que pueda ocurrir con sus futuros puestos políticos, lo que corre peligro de verdad es la gobernabilidad del municipio. La quiebra es inminente, pero estos no parecen enterarse.
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