LOS ROMANCES FRONTERIZOS o EL ARTE DE LLORAR POR GRANADA por Fernandoi Barros Lirola
Entre el acerbo cultural y material de la historia de Granada, tan abundante como oculto, encontramos unas piezas literarias singulares de muy alto valor sentimental y no menor peso lírico que bien merecen un buen rato de investigación y lectura. Nos referimos a los conocidos como “romances fronterizos”, una especie singular de romances populares que desde el siglo XlV en adelante se desglosan del corpus general del romancero por su singular temática, ambientación y contenido. Estos romances están pegados a la historia del Reino de Granada como una marca indeleble en su piel, al punto, que leídos cinco siglos después respiran ese dramático y elegíaco tono de quien pierde su bien mayor y lo llora y hasta el vencedor se inclina a la condolencia quizá porque entre los intersticios de la historia oficial y áulica que fabrica grandiosos héroes y no menos serviles derrotados se cuelan en ocasiones la brisa del reconocimiento al vencido y se encomian algunas de sus cualidades y hasta se dibuja un friso histórico muy útil para entender lo sucedido.
La mayor parte de ellos reflejan las correrías, algaradas, rebatos, saqueos y hasta duelos entre caballeros acaecidos en territorios fronterizos o en el punto del cerco o asedio a las ciudades y traducen la admiración de los conquistadores por Granada y sus míticas bellezas y tesoros que arrebatan a los aguerridos y bien engalanados moros de los que no ahorran elogios a su bravura o buena planta o a su herética e indomable persistencia en la “seta mahometana”.
Nacidos al calor de la Reconquista tienen todos los elementos fantásticos, heroicos, sentimentales y líricos de una crónica poética de la derrota por donde entrever también la grandeza de aquel reino roto y finalmente entregado al desmonte y derribo gradual en manos de los cristianos vencedores. Estos romances cantados o declamados en campamentos para enardecer a los soldados o en las plazas públicas para cantar la grandeza de los conquistadores vienen a continuar el hilo de los Cantares de Gesta, vetustos ejemplares de una épica ya obsoleta en el siglo XlV y cobran la cortedad y sencillez de las cosas que se cantan porque duelen y así son memorizados y recogidos popularmente, y milagrosamente conservados y codificados hasta nuestros días como un valiosísimo memorial anónimo; hoy parte de la carta de navegación en la lírica popular española.
Construidos en versos de ocho sílabas con rima en pares asonantes, de creación anónima siempre, por tanto fáciles de memorizar para un público ávido de este tipo de recreación histórica, crecieron a lo largo del siglo XV, de tal modo que buena parte de los hechos de armas, de los escarceos, encuentros o desencuentros entre ambas comunidades se reflejan en ellos. Y así se conservan los romances de, Antequera, Baeza, Baza, Los caballeros de Moclín, La Sierra Bermeja, El Rey Chico y un larguísimo etcétera .
Poesía que debió de ser común a todas las comarcas de la frontera granadina donde sucedieron los hechos que se narran y que hoy podemos leer como númen de la lírica granadina pasada. En alguno de ellos como en el “¡ay de mi Alhama¡ el punto de vista es moro, en otros, equidistante, como en “Abenamar, Abenamar”. Y en los más, la balanza se inclina hacia el lado cristiano.
Por suerte, a día de hoy podemos celebrar que un cantaor y músico como Fernando Barros Lirola se haya atrevido a musicarlos con un respeto y delicadeza admirables que los ha hecho resurgir de las cenizas del olvido.
En tanto en cuanto se refiere al ámbito de la historia del Reino de Granada no deberían pasar desapercibidos al buen lector o sagaz erudito entre el magma amplísimo de los otros maravillosos romances de corte histórico, novelesco o artúrico del Romancero General.
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