Rafael Calero Palma presenta en Granada su libro El Llanto, la sangre, el fuego
Editorial Alhulia, Salobreña, anuncia la presentación del libro El llanto, la sangre, el fuego (Relatos y poemas de la Memoria) de Rafael Calero Palma, que tendrá lugar el próximo jueves, día 9 de mayo, a las siete de la tarde, en el jardín de la Casa de los Tiros de Granada (C/ Pavaneras, 19). El acto contará con la presencia de Juan Francisco Arenas de Soria, asesor de la Dirección General de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía.
Miguel Ávila Cabezas dice que con "El llanto, la sangre, el fuego. (Relatos y poemas de la Memoria)", Rafael Calero Palma nos restituye limpiamente la voz de la memoria que tanto tanto se ha intentado, y aún hoy, en aras de una torticera conciliación histórica, se intenta cercenar.
Cada crimen que el ser humano comete es una piedra más arrojada al fondo sin pozo de la ignominia. Y son tantos los perpetrados desde que este bípedo absurdo y atónito tuvo conciencia de sí que el relato de ellos superaría infinitamente con creces el número de páginas de todos los libros juntos de esa biblioteca de Babel que albergara en su laberíntica cabeza Jorge Luis Borges, un grande de las letras, aunque minúsculo en su humana entidad frente a la dictadura argentina, que, como todas las dictaduras que en la Historia Universal de la Infamia han sido, son y desgraciadamente serán, puso una avidez insaciable en hacer del sufrimiento, la tortura y la muerte su santo y seña, su carta de presentación más… genuina.
Las formas (y los nombres) del crimen son incontables. Los hay de todas las tallas, colores, gustos, procedencias, estilos y ámbitos: el familiar, el social, el institucional, el laboral, el religioso, el sanitario, el escolar, el medioambiental y, por supuesto, el militar, al que nunca le tiembla el dedo para apretar el gatillo y ha sido, desde siempre, inasequible al desaliento. No voy a desgranar aquí, pues no viene al caso, ninguna relación de ejemplos concretos de tales humanos crímenes porque en la memoria y a la vista de todos los aquí presentes (y también ausentes) están muy claros y son más que conocidos.
Basta abrir el periódico, encender el televisor, salir a la calle o mirar a lo más profundo de uno mismo para darse cuenta de que el mal, en su absoluta esencia, está, si no en nosotros, sí llamando incesantemente a la puerta de nuestros desasosiegos, miedos y turbaciones y se viste, como a él tanto le gusta, con los más variados disfraces, a cada cual más espeluznante y siniestro: el de la codicia depredadora, las mafias de la política, la corrupción sin freno, el sistemático desenfreno sobre los recursos esenciales y el medio ambiente, las malas leyes restrictivas de la libertad, los mamporreros sociales del gran capital (es decir, los políticos y su cohorte de sicarios), y el paro; el de quienes con una mano levantan la cruz amenazante y con la otra empuercan a su dios robando niños o abusando de ellos; todos los fanáticos de todas las religiones, y sus ciegos ejecutores; la explotación laboral, los contenedores de basura cada vez más vacíos, el miedo, la incertidumbre, el acoso en sus incontables modos, los sanguinarios recortes en servicios sociales básicos como la educación, la salud o la ayuda a la dependencia, y la innúmera violencia de género; la destrucción, planificada sin duda, del paisaje y del horizonte futuros de tantos y tantas que ingenuamente pensaban, como el poeta, que el mundo estaba bien hecho. La desesperación del que es arrojado al vacío fuera de su casa. En respuesta a El Roto yo digo: “Ya no hay alcohol para todos”. La apatía: el triste reactivo de una muerte lenta y dolorosa.
He de decir que los mejores aliados del crimen son el silencio y el olvido. Y la impunidad, esa puta arrogante y provocativa que se pasea sin pudor entre sus víctimas o los herederos de estas, como diciendo: “¡Aquí estoy yo! ¿Qué pasa? Os robaré el alma tantas veces como quiera porque soy… intocable.”
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