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"Patrimonios olvidados" Jesús María Cascón Murillo

"Patrimonios olvidados" Jesús María Cascón Murillo

 Los alpujarreños necesitan imperiosamente un impulso que les saque del abandono. Los Dólmenes han tenido pasta y deben hacer sitio para que la razón inunde las tierras altas granadinas. Y Luciano lo sabe 

Confieso que estoy hecho un lío. Para que a un trozo de nuestra tierra lo declaren Patrimonio de la Humanidad hay que escalar el Everest, el Tourmalet y el Galibier todos de golpe y sin respirar. Más o menos. No es cosa baladí, ya que la declaración de marras supone destacar un conjunto del resto, rescatarlo de los alrededores y situarlo en un escenario propicio para su regeneración, mantenimiento o desarrollo. O las tres cosas a un tiempo.
 
Así estamos, intentando que la Alpujarra obtenga tal declaración. Las tierras altas granadinas, que comparten denominación con la extensión almeriense que alcanza hasta pagos virgitanos, está atravesando una situación penosa en la mayoría de casos, y desde hace mucho tiempo. Su colocación en la vitrina patrimonial del planeta supondría una inyección de desarrollo excelente, quizás la que se debió hacer en su debido tiempo, pero nunca es tarde si la dicha es buena, pensamos. Para ello, debe recibir el visto bueno de la Junta de Andalucía, y a decir verdad lo tiene, pero también lo tiene el conjunto monumental de los Dólmenes de Antequera. Y como el Consejero de Cultura de la Junta es de aquellos pagos, pues ya saben. La declaración del espacio malagueño comenzó a prepararse antes que la alpujarreña, pero se quedó en punto muerto lo suficiente como para que ésta adelantara a aquella en la redacción del expediente. Tal fue el apoyo de las instituciones granadinas, sobre todo de la diputación provincial con su presidente Sebastián Pérez a la cabeza, a la opción de la Alpujarra que, en pocos meses, el papeleo de los Dólmenes se aceleró hasta colocarlo en posición de ser presentado al Consejo De Patrimonio Histórico Español.
 
Debemos explicar al lector que estos trámites tienen una serie de mecanismos que hacen del todo imposible que un país pueda presentar dos peticiones al mismo tiempo. Eso es, indudablemente, un problema, pero hay otro más, descuiden: existen dos listas. Digamos que una es la lista de espera y otra la parrilla de salida, para no liarnos. El escenario invita a pensar que los Dólmenes pasarán a la lista definitiva y la Alpujarra a la indicativa (aquí la hemos llamado lista de espera). Hasta ahí, todo normal. Pero la cuestión es que desde Granada se tienen dudas acerca de la precipitación por acelerar el expediente de los dólmenes de Antequera, que podría dejar a esta candidatura fuera de la lista definitiva, lo que significaría despejar el hueco para que se colara la Alpujarra. Es por ello que, desde Granada, han pedido a la Junta que exprese un apoyo manifiesto al expediente granadino, iniciado dos años más tarde pero, increíblemente, terminado antes que el malagueño y, según cuentan, más completo y fiable.
 
Pero Luciano Alonso tira hacia su tierra. Lógico y comprensible si esto de la política fuera un ejercicio de forofismo, localismo o puro amor por unos colores. Y la política no es eso. Estamos hasta los mismísimos de comprobar que algunas zonas de Andalucía obtienen pingües beneficios para sus comarcas y pueblos por el simple hecho de tener a un paisano en un puesto de responsabilidad, léase ministro, consejero o primo de zumosol. Este combate desigual lo tiene perdido nuestra provincia de calle y además, imaginen la que le caería al Consejero si se supiese que ha tenido que ceder ante la lógica y dar luz verde a otro expediente en detrimento del de su tierra. A gorrazo limpio lo echaban. Para que nada se resuelva como en una pelea de bar, aplíquese el sentido común, leches. El Senado acaba de aprobar la declaración alpujarreña y le ha dado sus bendiciones, por si quedaba alguna duda sobre su solidez. Las fuerzas representativas de la provincia están todas a una con el proyecto y la presión ejercida es tal que, desde la perspectiva política, a casi nadie le apetece estar en la piel de Luciano, que se enfrenta a una diatriba de aúpa: o cede a la candidatura granadina o se enroca en la malagueña.
 
No dudamos ni por un instante que los Dólmenes merezcan tal honor y beneficio, para nada. Lo que pensamos es que la Alpujarra lo necesita más, es imperioso un impulso brutal para que la comarca se despoje de la miseria en la que se encuentra, en términos generales. Sus pobladores han resistido como titanes los embates de la desesperación, se han agarrado a la tierra con fuerza y resisten de manera inexplicable en una zona desatendida, aislada, despreciada incluso, a lo largo de muchos años. Por tanto, atendiendo a las necesidades de sus pueblos y aldeas, se necesita imperiosamente que la Alpujarra se coloque donde se merece, mucho antes que el conjunto dolomítico porque éste sí ha recibido subvenciones y un trato exquisito y preferencial, como no podía ser de otra manera. Es necesario rebelarse contra el servilismo parcialista que concede mucho a unas zonas y migajas a otras. Es la hora de la Alpujarra, de sus necesidades y su carencias, de su patrimonio, paisaje y cultura. De ser justos y razonables. Luciano, al loro.

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