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HALLOWEEN EN MOTRIL por Javier Álvarez de Cienfuegos Coiduras

HALLOWEEN EN MOTRIL por Javier Álvarez de Cienfuegos Coiduras

 Es que Motril está que no hay quien lo conozca  ̶ . Quién sabe si esta misma frase la pronunciarán, de aquí a cincuenta años, los que ahora tienen diez. Pero, en fin, a lo que vamos.

La víspera de los Santos en Motril siempre ha sido una noche como cualquier otra. Al menos, esto es lo que recordamos, cuando miramos hacia atrás, quienes venimos renqueando desde el Pleistoceno o, lo que es lo mismo, desde finales de los cincuenta, década de los sesenta enterita y parte de los setenta; casi, casi, hasta el principio de la democracia.

O sea, que la libertad no nos trajo sólo las urnas sino también “el” Halloween.En el Motril del prealumbrado urbano se distinguía muy bien, llegado el atardecer, el fuego que en algún puestecillo hacía crepitar las castañas recién traídas de la Alpujarra.

Pero eso era tan habitual cualquier día de otoño como el olor a humedad y taberna que, llegada esa época, solía inundar a la calle de El Tato.Y por supuesto, entonces de máscaras, nada. Sólo estaban permitidas las caretas de cartón que vendía la Sole, con una guita elástica que te pasabas tras la nuca y que rápidamente roía su endeble sujección.

Foto Paulino Martínez Moré

No había, sin embargo, ninguna razón especial para que hubiera que utilizar tales artilugios la víspera de los Santos. Es más, las susodichas caretas solían tener como motivo a niñas rubias con trenzas y a “apuestos” príncipes, al Capitán Trueno, a Peter Pan, a bucaneros, quizá a algún demonio rojo y con cuernos, parecido al del Tren de la Muerte y que también había escapado de la censura; y poco más.

Aparte de que esos inventos eran incomodísimos porque casi no te dejaban ver, o incluso no veías nada, ya que sólo tenían una hendidura a la altura de los ojos y, además, el roce de las pestañas contra el rudo cartón daba mucha dentera. Y eso por no hablar de cuando alguno, a traición, estiraba la guita de la careta y te la soltaba sobre una oreja.Así que no era una noche de terror. Pero tampoco de otra cosa.

Era una noche más, víspera de fiesta, eso sí.Cuando la televisión llegó a Motril se empezaron a producir cambios; y uno de ellos fue la costumbre de emitir en los días previos al uno de noviembre el Don Juan Tenorio. Le ponían dos rombos, por supuesto, ya que la seducción de una novicia era argumento escabroso para jóvenes; si se dejó pasar fue gracias a que al final tenía un mensaje moralizante, con un Don Juan salvado del infierno por la apoteosis del amor que Doña Inés sentía hacia él, que si no…De todas formas, resulta desalentador que el teatro por televisión no haya sobrevivido al blanco y negro. Se echa de menos la exclamación, histriónica como ella sola, de “!Cuán gritan esos malditos!” que venía a inaugurar el invierno.

Eso y las castañas “asás”, claro.Ahora bien, lo que hizo entrar a Motril y demás sitios en la “modernidad” fueron, junto al marron glacé, las terroríficas producciones venidas de Hollywood a partir de mediados de los setenta (“La matanza de Texas”, “Halloween”, “Viernes trece”, “Pesadilla en Elm Street” etc., algunas de ellas de tan bajo presupuesto como impactantes); claro que en esa época todavía había cines en Motril.

Hoy, cuando llega la víspera del uno de noviembre, los hogares de por aquí y de por allí no tienen más remedio que tragarse esos incomibles subproductos de “miedo” que dan risa y asco; los ponen por la tele, claro, y aquí no hay alternativa, porque ni hay cine ni, menos aún, teatro. Por no haber, ni siquiera quedan castañas de La Alpujarra, por aquí ya no se encuentra ni una, deben destinarlas a la exportación; a cambio, nos dedicamos a importar porquería.´

Los niños ya no se ponen caretas. Dan grima los pobrecitos al verlos enfundados en un disfraz, última generación, de zombi o espécimen similar de la ultratumba, con gran orgullo de sus padres que los llevan de la manita por La Explanada y la íntima satisfacción de sus madres (que han liquidado en la caracterización de sus retoños los potingues de maquillaje que tenían para el mes entero); y todo para que sus inocentes chiquillos parezcan seres repulsivos venidos del más allá. ¿Tan malo era eso de las castañas y del latigazo que te sacudía en las orejas la guitilla de la careta?. Y puestos a dar miedo, ¿no vendrían bien las calles en penumbra del Motril del prealumbrado?; aunque fuera sólo por un rato, como cuando pasan las procesiones.Y claro, luego está un sentido de competitividad mal entendida que lleva a los peques a rivalizar en el patio de su colegio con sus compas en cuanto a la originalidad del disfraz.

Este año, se ha puesto de moda el de La Corrupción, que tiene una boca repugnante, muy grande y viscosa; como decía, ufano, el chiquillo que llevaba puesto el artificio “es la que mete más miedo”. A partir de aquí, habrá los que vayan de Granados, Chaves o Bárcenas (por no seguir dando ideas); eso, ya según las preferencias de cada casa.

En Motril y en todo el mundo, esta noche significa el estrecho hilo que, como la guita entre oreja y oreja de una careta de la Sole, media entre lo opuesto, la noche y el día, el bien y el mal, los vivos y los muertos.

Asemos castañas pues.

F. Javier Alvarez de Cienfuegos Coiduras
Profesor Titular Universidad Autónoma de Madrid
Área de Derecho Romano

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