"Los bandos de la humanidad" por Jesús Cascón Murillo
"Muchos de los que ahora se concentran en las calles pidiendo humanidad para Uribetxeberria Bolinaga son los mismos que convocaban contramanifestaciones e insultaban a quienes pedían en la calle que ETA liberara a sus secuestrados".
Esta es una frase de la presidenta de la asociación de víctimas del terrorismo, Ángeles Pedraza, que no es necesario ni suscribir ni refutar. Es un hecho, palmario, como que el sol sale todos los días. Con esta cita debería empezar y terminar cualquier artículo sobre la liberación del preso etarra condenado a muerte por el cáncer. La condena a morir no se la impone el código penal español que, afortunadamente, no contempla la pena capital (sí la Constitución, que la cita exclusivamente para tiempos de guerra).
Como quiera que la Ley de 4 de octubre de 1994 elimina la pena de muerte en el código de justicia militar, España no usa el cadalso en ningún caso. De eso que se salva el ahora en "semilibertad".
Pero no se va a salvar de la enfermedad que padece, que le mandará, probablemente, a su cadalso particular. El sujeto de marras participó en los secuestros de Julio Iglesias Zamora y de Ortega Lara. En total, privó de libertad a dos ciudadanos teóricamente libres y con derechos un total de 648 días. Además, fue partícipe del asesinato de tres guardias civiles.
A esos les privó de la vida directamente, a sus familias les negó el derecho de contar con ellos en sus días y noches, y a la sociedad española le arrebató la serenidad, la paz y el sosiego. ¿Se puede medir de la misma forma, con el mismo talante humano, el expediente sanguinario y cruel de un preso con la necesidad de una muerte digna por mor de su enfermedad? Sencillamente, creemos que lo que aquí despista al personal es el ’yin’ y el ’yan’ concentrado en la misma persona.
Alguien capaz de matar y secuestrar que ahora se acerca al fin de su asquerosa vida, a la que el ser humano que pone la otra mejilla le quiere dar un mínimo de dignidad porque hay que ser dignos en cualquier caso. Y la contrariedad del asunto deja perplejos a muchos, sobre todo por un detalle que no debe pasar inadvertido.
Ahora es el entorno de ETA el que pide libertad. Es una ironía que el destino ha sabido trazar con tintes ridículos. Los que privaban de libertad la piden para el verdugo, para el secuestrador, porque está malito, porque es humano que muera en una cama fuera de la cárcel. Si un preso que se ha dedicado toda su vida a robar, a estafar, a engañar a la gente, pero sin acercarle un frío cañón de acero a sus nucas y sin capturarle para no ver la luz del sol, tiene el mismo problema de salud, no se monta la que se está montando ahora.
Quizás sus familiares monten la tienda ante la Audiencia Nacional, pero poco más. No tiene el mismo efecto mediático, pero sí más derecho a ser libre por su inminente defunción que cualquier rata de alcantarilla que se haya dedicado, conscientemente, a orinarse en la cara de la democracia, de los derechos inalienables del ser humano, empuñando la bandera del independentismo, la pureza racial o cualquier mierda que ponga como excusa para el asesinato y el secuestro.
Los que piden ahora libertad, casi sin querer, piden clemencia. No la hubo cuando estaba sano y actuaba en nombre de ETA. No debe haberla ahora, porque afortunadamente un preso, sea el que sea, tiene acceso a una cama de hospital, de enfermería penitenciaria. No debería tener más, pero desafortunadamente se le pone en la calle. Quien de verdad juzga a este execrable ser humano no es la justicia humana, ni la divina. Es la conciencia. Y las ratas no tienen conciencia.
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