Blogia
Motril@Digital

Día 11. Con Virgilio en el sofá: "El rescate" por MIGUEL AVILA CABEZAS

Día 11. Con Virgilio en el sofá: "El rescate" por MIGUEL AVILA CABEZAS

Virgilio, desde la última vez que nos vimos y animadamente departimos (que por mayo era por mayo…), una pertinaz psoriasis, que no sequía, me tiene atado, y bien atado, al lecho del dolor. Con franqueza te lo digo. Yo, que soy de natural hipocondríaco (un “mijicas”, dirían algunos, me debato un día sí y el otro también entre ser o no ser, y no precisamente porque en ello radique la cuestión sino porque “los mis pies y las mis manos ya no son de mí señores”, que manifestaría nuestro inmortal Arcipreste de Hita ante la visión de Doña Endrina.

Y es así que a la mañana me veo convertido en un proboscídeo cualquiera (¡los dioses nos libren de reyes aburridos!) y al caer el día en un impúdico ofidio. Los entendidos en el asunto, que son legión, afirman que lo mío es del estrés, es decir, de los nervios. ¡Qué ironía más grande, Virgilio! ¿Desde cuándo he sido -y soy- yo una persona (o un elefante) estresado? Yo, que siempre me distinguí por el ejercicio de la prudencia en todos y cada uno de mis actos y que guardo la debida distancia con la realidad a fin de que nunca me llegaran a salpicar y por ende a emponzoñar sus mil y una miasmas y excrecencias.

Desde que, insisto, yo era así de chico, Virgilio, la realidad, la verdadera realidad (no esa que nos han querido vender siempre los trujamanes de la política y las finanzas), ha sido en todo momento mi, insisto de nuevo, yo, reflejado sin pausa en el espejo cóncavo de los días y proyectado como un superego ajeno a todo lo que me rodeaba e incluso, si me apuras, a mí mismo.

No sé si me entiendes. Siempre estuve, cual suele decirse “en Babia”, con ese mi imaginario danzando de acá para allá, esto es, de una a otra orilla del río caudaloso de los deseos, y entremedias el secarral de la existencia… que no dejaba de pasar. Pero ahora las cosas han cambiado radicalmente.

Estoy liberándome de todo el lastre acumulado durante estos sesenta años casi de imposible huida… a ningún sitio. De ahí que ciertos pruritos cutáneos, incluida la elefantiásica hiperqueratosis, me lleven y traigan hoy a mal vivir por mucho corticoide y antihistamínico que le echemos al “saco de vísceras y humores”. ¡Ay, si tú supieras cuánto me pica y lo mucho que yo me aguanto! Ya ni me rasco y, aun menos, ajos como. No pienses,

Virgilio, que te estoy hablando en clave y que, en consecuencia, mis palabras están cargadas de un doble, si artero, sentido. Nada más lejos de mi intención… y de la pura realidad. Las cosas son como son y están como están, o sea, como Dios manda, que refrendaría nuestro admirado presidente de la cosa… ajena. Por cierto, ¿has visto la foto de Reuters en la que el interfecto le estrecha la mano al Príncipe de los Creyentes? Tal pareciera que con la punta de los dedos ocultos ambos, a la vez, pretendieran distraerse el respectivo rólex de oro, que no vemos pero que haberlo haylo.

Entre infalibles anda el juego. ¿Y en la página siguiente nos ves a nuestros cerúleos maderos repartiendo estopa más a siniestro que a diestro el pasado día 25 de septiembre en la mismísima Estación de Atocha? De “brillante”, “extraordinario” y “ejemplar” ha calificado el operativo (¿) nuestro Ministro de la Porra Gorda y su conmilitón, el Director General del Pelotazo de Goma. (No diré sus nombres para no herir espurias susceptibilidades).

Sí, Virgilio, estoy contigo. La cosa no está precisamente para tirar cohetes sino para encomendarse, como mínimo, a San Saturio, San Cosme y San Froilán. ¿Qué por qué a estos tres? No lo sé. Me ha venido así: de improviso. La cosa está mal, y yo con esta psoriasis de mis congojas. Estoy contigo. Lo mismo ya es llegada la hora de que piense en modularme. Para ello, viajaré a la capital del reino vertebrado para pedirle consejo a la Delegada de los verdaderos alborotadores. No diré nombres, que al final todo se sabe… y pasa lo que pasa.

Pero… Virgilio. No te vayas ahora, Virgilio. (P.l.g.d.m.m.)

A Ramón Rodríguez Casaubón, con mi fraternal abrazo

0 comentarios