DÍA 41. CON VIRGILIO EN EL SOFÁ: LA PRINCESA ESTÁ TRISTE. ¿QUÉ TENDRÁ LA PRINCESA? por Miguel Ávila Cabezas
Ya nos lo venía advirtiendo Rubén Darío (1867-1916), el padre del modernismo literario, en su celebérrima “Sonatina” y nosotros sin caer en la cuenta. Desde el fondo proceloso del alma lo digo aquí y ahora: no es que la princesa lo “esté”, no, sino que de un tiempo a esta parte lo lleva estando…, sí, triste, digo. Desde que el Hola es el Hola, el Diez Minutos el Diez Minutos y el Pronto el Pronto (por citar), tres de los pilares fundamentales en los que se sustenta el afán crítico de nuestra Hispania fecunda, la princesa, nuestra princesa Cristina, está más triste que un torero al otro lado del telón de acero (¿¡!?) y así nos lo trasluce en las portadas de papel cuché con lo que, en una de esas, no sería de extrañar que nuestro corazón republicano se resquebrajara del todo por causa de la pena penita pena que ella, y ello, nos produce.
Aunque, a fuerza de ser sincero, siempre he pensado que Virgilio es (aprovecho ahora que no nos lee) un chaquetero de tomo y lomo gris perla y se arrima con su impostada altivez al sofá que más calienta. ¿El motivo de su abatimiento? (…) ¡El de la princesa, becaria mía, no el de nuestra elocuente Ana Mato, quien, con tarjeta sanitaria o sin ella, no deja de ser la Ana de aquí te pillo aquí te Mato que hoy tantos conocemos! Quería decir que el motivo de su abatimiento, el de la princesa Cristina, podría ser, aunque yo no me atrevería a afirmarlo al cien por cien, su condición de consorte sin suerte y no, como algunos cultos piensan, por la ausencia del príncipe de Golconda o el otro, el de China. Bastante tiene la pobre con el fantasmón de su marido: un listillo-tonto al que le gusta más un calambur que un partido de balonmano, un billete de veintidós (22) euros o un helado de fresa. Y, abundando en lo dicho, he de confesar que últimamente Virgilio opina menos que la columna de Trajano. Mira que intento tirarle de su rasposa lengua pero… nada, como máximo se limita a ronronear mirándome ambiguamente con esos ojos insondables que Dios le ha prestado o bien a tararear por lo bajini el estribillo de “Libre”, aquella canción de Nino Bravo que a tantos y tantas de nuestra quinta nos hiciera vibrar de auténtica, si utópica, emoción camino de ningún sitio en el dos caballos de color rojo. ¿O es que la princesa adolece de pesadumbre porque está hasta el mismísimo teclado de su clave sonoro de ser eso, princesa, y de verse a estas alturas de siglo compuesta, pillada en falta de omisión y sin calle? Tengo para mí que este matrimonio va a durar menos que un sobre del Bárcenas en el próximo Consejo de Ministros. De su disolución (¡la del matrimonio no la de la princesa en sí!) dependerá sin duda la estabilidad y el futuro de la corona, que nunca ha sido nuestra sino de ellos, siempre de ellos. Ni falta que nos hace.
(…)
- ¿Qué cambie de canal? Pero si todavía no ha comenzado “Saber y ganar”.
(…)
- ¿Y a qué canal te refieres, si puede saberse?
(…)
- ¿Eso piensas de mí? ¿Que soy un carretoso de mucho cuidado? De algo habrá que hablar, digo yo.
(…)
- Pues duerme. Pero que sepas una cosa: que arrieros semos y en el camino nos encontraremos.
(…)
- Con Andelson o con Cristóbal Montoro. Tal para cual.
(…)
- Tú mismo.
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