CON VIRGILIO EN EL SOFÁ. DÍA 47: EL RELOJ DE LA VIDA por Miguel Ávila Cabezas
“Saber y ganar” es para mí, Virgilio, un regulador biológico de primer orden, como el rezo del Ángelus o el café de la mañana, por citar. No pasa un día, ya caigan chuzos de punta sobre nuestro sofá de terciopelo rojo o se desplome el Ibex hasta el rebalaje acementado de nuestras costas, en que a la hora concertada yo no me siente frente al televisor comprado por 50 euros en REMAR y me disponga al acto sublime de seguir tan atentamente las evoluciones de los “tres sabios” en torno a sus respectivos temas, a las preguntas calientes, frente al duelo y, de un tiempo cercano a estas partes, con el comodín en la faltriquera, que tan buenos dividendos les ha dado a estos y a aquellos en los momentos de confusión y quebranto.
Hay a quienes se le atascan los números más que al tal caballero de los Montes Recalificables y a otros (un día sí y al siguiente acaso) el reto los empuja al borde del precipicio, aunque la comida se encuentre a medio digerir o el café subsiguiente esté ya más frío que tu mirada, abstraído, meditabundo, ausente y sinonímico, perdida sin remedio (tu mirada) en la inmensidad del universo gatuno. Hace ya tanto tiempo que tú y yo no departimos cual corresponde que he perdido la cuenta de los días pasados entre el silencio y la… ¿desgana? ¿Qué nos ha ocurrido Virgilio para haber llegado a este punto de no retorno, qué cataclismo se ha precipitado tan de improviso sobre nuestras aureoladas cabezas para que desde el 21 de marzo equinoccial ninguno de los dos haya ni siquiera abierto la boca con el propósito de esbozar el bostezo acostumbrado? Y desde aquellos idus idos a aqueste Postridie Idibus Octobribus han pasado muchas cosas como tú bien sabes, aunque quieras tú darnos a entender que ya todo te resbala como el aceite de la desesperación ajena a ciertos padres (y madres) de la reverdecida patria.
Los botánicos de la cosa nostra no paran de jurar y perjurar que en lontananza se divisan ciertos brotes verdes; otros afirman, sin que se les caigan las gafas (o las orejas) al parqué del hemiciclo, que los sueldos no bajan sino que experimentan una moderada subida, aquellos se mesan los rimados cabellos de salva sean sus partes cuando las tres activistas de FEMEN, desde la tribuna de invitados, protestan contra la reforma trentina de Gallardón, y con el busto al aire, como la libertad que insiste y persiste, aún, en guiar al pueblo a la promisoria revolución que nunca llega. (¡El aborto es sagrado!, sí, como el derecho a vivir dignamente en un país de corruptos, yolis, chochonas, vigilantes de la playa, cocainómanos de andar por los platós televisivos y bribones consentidos, otra vez por citar).
¡Ah!, por cierto, para tu conocimiento y efectos correspondientes en la parte alícuota que te afecte, te comunico que los estorninos han regresado a la Plaza de la Trinidad, muy probablemente con un contrato temporal de trabajo en condiciones harto leoninas: nada de cagar, nada de piar y nada de soñar con horas extras remuneradas.
Las comunidades escolares están que se suben por las paredes descascarilladas de las aulas con lo de la LOMCE y el cráneo previlegiado que la parió. ¡Eso sí, la prima de riesgo está al mismo nivel que la de Italia y el Ibex, hoy, está que se sale por la escala de los 10.000! Hubo incluso un tiempo (creo que fue en agosto) en que se llegaron a crear treintaiún (31) puestos de trabajo, así como te lo digo y la esperanza entonces brilló en el cielo encapotado de los seis millones de parados que quedaban, hecha la resta pertinente.
Vuelve La Voz (¿o es que alguna vez se fue?) y las sentencias del caso Malaya evidencian, de nuevo, que la justicia es tan verdad y tan mentira como el aforístico cristal de Don Ramón de Campoamor y Campoosorio. Perdimos la Copa Federación, pero recuperamos la rodilla de Nadal que, como brazo incorrupto de Santa Teresa, reluce en el imaginario de todos los españoles de pro, incluidos los catalanes antiindependentistas.
Aquí finco, Virgilio. Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero: en el sofá de terciopelo rojo, frente al televisor de 50 euros comprado en REMAR e inasequible al desaliento con “Saber y ganar”, un regulador biológico de primer orden. Queda dicho. El que avisa no es traidor.
0 comentarios