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CON VIRGILIO EN EL SOFÁ. DÍA 58. EL PASTOR, LA MONTAÑA, LA FE Y LA PRINCESA por Miguel Ávila Cabezas

CON VIRGILIO EN EL SOFÁ. DÍA 58. EL PASTOR, LA MONTAÑA, LA FE Y LA PRINCESA por Miguel Ávila Cabezas

Que la fe mueve montañas, lo sabe hasta mi gato Virgilio que, perdido en la inmensidad oceánica del subconsciente, vaga de acá para allá sin pretender buscar en su fondo nada en concreto sino que lo hace por el mero hecho de dejarse llevar, lo cual es ya más que bastante. Virgilio, gato mío hasta el tuétano, es un descreído de tomo y lomo color gris perla, y por no creer en realidad no cree ni siquiera en que sea la fe el motor que mueve la maciza formación geológica sino que es ella misma, la montaña en sí, la que se desplaza al albur de sus necesidades de espacio, capacidad y volumen. Mucho antes de que la susodicha fe se imponga por imperativo categórico y extrasensorial, es la montaña la que se mueve (eppur si muove) per se y a donde proceda, así tenga que verse impelida a presentarse en el juzgado de la cosa suya para prestar como imputada declaración de prueba irrebatible de amor honesto e ignorante de tejemanejes, chanchullos y otras corruptelas del doncel tonto que se creyó que todo el monte era orégano y el orégano billetes de cien euros, como mínimo.

Yo no sé hasta qué punto y medida podrá captar Virgilio las ondas electroencefalográficas que parten de mi cerebro cuando este comprueba por la prensa nuestra de cada día que pastor evangelista hubo en Gabón que quiso darle una larga cambiada a la fe y acabó ahogándose en el estuario Komo de la capital Libreville. “Si es que no se os puede dar cuartelillo -me habría espetado Virgilio-. ¿Cómo se le ocurre al Franck Kabele ese intentar andar sobre las procelosas aguas sin haber aprendido antes a nadar?”. Sí, Virgilio, llevas más razón que el santo Job o el de las llagas de Cristo. Como diría el último (Tomás y santo también): si no lo veo no lo creo.

Algunos, los seguidores del tal Kabele, lo creyeron pero en el momento de introducirse éste en el impredecible mar lo dejaron de ver… y para siempre. (…) Que qué tiene que ver todo esto con aquello y aquello con todo esto, no tengo ni la más repajolera idea. Como el pensamiento inconsciente en la escritura automática me viene así a la cabeza y así lo suelto.

En este tótum revolútum en el que se ha convertido el solar patrio parece que el último recurso de la mayoría, estafada, habrá de ser la resistencia (¿pasiva?) o bien, en su caso, el grito o el lanzamiento y quema de objetos varios contra los defensores de la ley (¿!) de ellos y el orden (¡?) suyo habida cuenta de que la opción de asaltar la Bastilla o el Palacio de Invierno ya ha quedado fijada, para siempre, en los anales y libros, adecentados, de la Historia. ¿Y entonces qué nos queda? La esperanza, sin duda, pues es lo último que se pierde, tras la vivienda, el trabajo, las preferentes (una vez más), la sanidad, la educación, los derechos más elementales y el alma en pena de tantos jóvenes que buscan trabajo y dignidad por esos mundos de Dios y de Bruselas. Menos mal que, tras la visita de nuestro Pijus Máximus al Emperador de Occidente, España ha regresado al redil de donde nunca tenía que haber salido: “España ha vuelto”, manifestó el otro nada más pisar el umbral de la Casa Blanca. (De seguro que antes le pidieron los de seguridad que se identificara al confundirlo con un vendedor de enciclopedias a domicilio). ¿Habrá mensaje oculto, y trascendente, en aserción tan rotunda? Y nosotros, de paso, ingenuamente nos preguntamos: ¿España ha vuelto? ¿Adónde, de dónde y para qué? Tengo para mí, querido amigo, mi gato Virgilio, que haces muy bien en permanecer ahí donde estás y en no querer asomar tu patricia jeta ni siquiera para cuestionar la paradoja de Schrödinger. Tú sí que eres un gato cuántico y no el de la caja cerrada y opaca del físico austriaco. Hazme sitio, que me voy contigo. ¡Ah!, y que Gallardón nos coja confesados.

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