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DÍA 34: Con Virgilio en el Sofá "DE LA MALAFOLLÁ VIRGILIANA" por Miguel Ávila Cabezas

DÍA 34: Con Virgilio en el Sofá "DE LA MALAFOLLÁ VIRGILIANA" por Miguel Ávila Cabezas

Hoy es uno de esos días en que Virgilio tiene, cual suele decirse, la malafollá subía. Ni que fuera yo su majestad el gato… Ya sé que la malafollá imprime carácter y que no hay un malafollá auténtico que ose renegar de su condición granaína. Lo otro (la mosca malafollá (vulgo, cojonera), el clavo malafollá, el finlandés malafollá…) son meros sucedáneos, burdas imitaciones de un rasgo idiosincrásico (¿se escribe así) que es privativo, exclusivamente privativo de los naturales de este reino de taifas que al norte limita con el Sacromonte, al sur con el Suspiro del Moro, al este con la Sierra esa y al oeste… vaya usted a saber con qué pollas desemantizadas limita al oeste Graná… Como no sea con la Virgencica… o El Cerrillo Maracena… Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos…, dejó escrito Don Luis Soto de Rojas, un malafollá emblemático y literato (gongorino para más señas), en inequívoca referencia a la ciudad que lo vio nacer y morir, allá entre los siglos XVI y XVII. (Vid Enciclopedia Larousse).

Virgilio no nació en la ciudad de los tres ríos (Genil, Darro, Beiro) sino a unos sesenta kilómetros más al sur de donde esta limita y junto a un mar que en verano se adorna con familias gritonas, contenedores y papeleras inexistentes y cenefas de sospechoso color marrón. Y, sin embargo, como excepción universal y gatuna, Virgilio es un malafollá de mucho cuidao al que en sus momentos de inflexión dramática no hay quien le eche la palma de su mano izquierda encima… del lomo gris perla, digo. ¿Por qué? Es un misterio. Tan grande o más que el de las Pirámides de Egipto o el de si habrá vida después de la vida y de los infinitos recortes, y no quiero profetizar nada tras el chasco del 21-D y en fechas tan entrañables y espirituales como son las navideñas. La malafollá se tiene o no se tiene. Es algo intrínseco y consustancial al ser que la posee. Y he de confesar aquí que, cuando le da, Virgilio la distribuye a espuertas. ¿Que tiene un componente genético? Por supuesto que sí. El de la malafollá es uno de los fenómenos más estudiados (por no decir el que más) por las cinco ramas de la genética: la citológica, la fisiológica, la evolutiva, la aplicada y, por supuesto, la humana. Hay, incluso, una sicología genética que estudia la evolución de los caracteres sicológicos del individuo, entre otros, y sin ir más lejos, la malafollá. Y como remate, he de añadir que la teoría sicológica del genetismo defiende el desarrollo progresivo e influido por la experiencia de la noción de espacio en el hombre. (Vid Enciclopedia Larousse de nuevo).

El que Virgilio no sea un gato genuinamente granaíno no le resta ni un ápice de su pertenencia al grupo de los malafollás congénitos. Lo de “congénitos” es un decir pues la palabreja opera, simplemente, como una amplificatio verborum con el vano propósito de que el sintagma quede más elegante y culto. En realidad, estoy convencido de que la malafollá se instaló en Virgilio por contagio directo. De la misma manera que podemos intercambiarnos unos y otros los virus de las mil gripes o el bacilo de Koch, también lo podemos hacer con el indetectable microbio de la malafollá, eso sí, siempre que su primer transmisor sea un granaíno de los de pura cepa y, como mínimo, hasta la cuarta generación reculando en el tiempo.

Quizás haya exagerado un tanto con este último asiento diferencial y mi velada pretensión sea la de pontificar (aunque, ya digo, inconscientemente) sobre un rasgo de carácter cuya razón de ser ni los más reputados psicoanalistas y sociólogos del mundo entero han podido explicarse por más vueltas y revueltas citológicas o evolutivas que le han dado a la privilegiada cabeza. Entonces, ¿de qué fuente ha bebido Virgilio su malafollá sin freno? De la del Avellano no, ni de la de Las Batallas tampoco, por supuesto. Virgilio nunca se ha aventurado a ir más allá del cuadrado o de la zona de los contenedores, por mucho que en un principio pareciera lo contrario aquel aciago día 4 de infausta memoria. Yo creo, humildemente, que a Virgilio la malafollá le viene por ósmosis directa a través de la membrana permeable del sofá de terciopelo rojo. Sin trampa ni cartón. La energía interna. La sustancia.

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